La red y las palomas

Un bonito día de verano, un grupo de palomas decidieron ponerse a volar para buscar comida. Volaron durante mucho tiempo, pasando por encima de ciudades y pueblos, hasta que llegaron a un gran prado verde.
- ¡Mirad ahí! Hay algunos granos para comer entre la hierba- gritó la paloma más joven-. Estoy hambrienta y cansada de volar. Dejemos de buscar y bajemos a comer-. Y empezó a batir las alas para descender hasta el suelo.
- ¡Espera!-, gritó la líder de la bandada de pájaros-. Podría ser una trampa. ¿Porqué debería haber granos en una zona tan aislada?
- ¡No seas tan desconfiada! Se le deben haber caído a alguien que pasaba por aquí-. Dijo otra de las palomas.
- No perdamos más el tiempo. ¡Yo también tengo hambre!-, añadió una tercera paloma.
- Está bien. Si todas insistís y tenéis tanta hambre que no os importa arriesgar vuestra vida, iremos a comer - dijo la que los guiaba.
Así que las palomas decidieron bajar hasta el suelo y empezaron a comer. Después del largo y cansado viaje, la comida les parecía deliciosa.
Pero, de pronto, una red cayó sobre las palomas y quedaron atrapadas. – ¡Es una trampa! ¡Socorro!-, gritaban todas con mucho miedo.
- Ya os dije que debíamos ir con cuidado-, dijo la líder-. Pero de todas formas, tranquilizaos. Podemos liberarnos, pero debemos estar unidas.
- ¿Cómo podemos salir de aquí? ¡Explícanos qué debemos hacer!- Gritaban mientras intentaban escapar muy asustadas, saltando cada una por su lado.
- Dejadme pensar un momento. Tengo una idea- dijo la líder de pronto-. Debemos actuar todas a la vez. Ponernos a volar juntas y llevar la red con nosotras. ¡Recordad que debemos estar unidas!
Cada paloma cogió una parte de la red con su pico y, todas juntas, empezaron a batir las alas para despegar. El cazador se quedó atónito ante la visión de las palomas volando con la red. Empezó a correr detrás de las palomas, esperando que cayesen. Pero cuando le vieron, las palomas volaron todavía más alto, hasta que se posaron en la cima de una pequeña montaña. El cazador intentó escalarla, pero pronto se cansó y decidió dejar ir a sus presas.
-Ahora debemos volar hacia el río-, dijo el líder.
- ¡Pero estoy muy cansada!- exclamó la paloma más joven- ¡No puedo volar más!
- No te preocupes, yo te ayudaré. Los fuertes deben ayudar a los débiles. Pronto seré yo quien sea viejo y débil, mientras que tú habrás crecido y serás fuerte. Entonces tu me ayudarás a mi porqué dependeré de tu fuerza. Ahora acércate a mí, que con mi fuerza podré llevarte en esta red.
Y volaron hasta la orilla del río, donde la líder de las palomas llamó a su amigo el ratón y le contó lo que les había pasado.
- Querido ratón, estamos aquí atrapados por culpa de un malvado cazador. Solo tú puedes salvarnos y liberarnos de esta red- rogó la pal9oma jefe. Entonces el ratón las quiso ayudar y empezó a roer la red para liberar a la líder, que se quejó – No, no me liberes a mi primero. Esta pequeña paloma está muy débil y cansada, libérala antes. Después libera a los demás antes que a mí. Yo soy la líder, por lo que debo cuidar de todas y ser la última.
El ratón cortó la red con sus afilados dientes y liberó a todas las palomas. Por último también liberó a su líder. Todas dieron las gracias al ratón y se fueron volando hacia su casa. Mientras volaban la pequeña paloma dijo:
– Nuestro líder es mayor pero sabia. Su sabiduría es lo que nos ha salvado hoy.
- No, pequeño. Ha sido vuestra unión lo que nos ha dado fuerza y ha permitido salvarnos-, replicó la paloma líder.- La unión es lo que nos da la mayor fuerza.
Y de esta manera las palomas pudieron volver a su casa tranquilamente con sus familias.

Yosaku y el pajaro

Hace muchos años, en Japón, había un joven muy pobre que vivía en una casita en medio de un gran bosque. Se llamaba Yosaku y se ganaba la vida recogiendo leña de la montaña para después venderla en la ciudad.

Un día que nevaba y hacía mucho frío, Yosaku salió como siempre de su casa para vender la leña en el mercado. Con lo que le dieron por la leña, se compró la comida para aquel día. De regreso a casa, oyó unos sonidos muy extraños. Al acercarse, descubrió un pájaro que estaba prisionero en una trampa.

- Pobre pájaro - pensó. Voy a ayudarlo a librarse de la trampa. Está sufriendo mucho.

Lo liberó de la trampa y el pájaro alzó el vuelo con gran alegría. Yosaku sonrió satisfecho y siguió su camino hacia casa. Había empezado a nevar y hacía mucho frío.

Una vez en casa y mientras encendía la chimenea, llamaron a la puerta. Yosaku no tenía ni idea de quién podía ser.
¡Qué sorpresa! Cuando abrió la puerta vio una joven preciosa, que estaba tiritando de frío. Yosaku le dijo:

- Pasa y caliéntate.

La joven explicó a Yokaku que se dirigía a visitar a un familiar que vivía cerca de allí.

- Ya es de noche- dijo Yosaku mientras miraba por la ventana.

- Sí – contestó la joven. – ¿Dejarías que me quedara a dormir esta noche aquí? – preguntó

- Me gustaría, de veras, Pero soy pobre y no tengo cama ni nada para comer.

- No me hace falta. –contestó la joven

- Entonces, puedes quedarte. – dijo Yosaku

Durante la noche, la joven hizo todas las faenas de la casa. Cuando Yosaku se despertó la mañana siguiente se puso muy contento al ver todo tan limpio.

Continuó nevando sin parar un día tras otro y la joven le preguntó: - ¿Puedo quedarme hasta que deje de nevar?

- Por supuesto que sí – contestó Yosaku

Pasaban los días y no paraba de nevar. Yosaku y la joven se hicieron muy amigos y poco a poco se fueron enamorando. Un día ella le preguntó:

- ¿Quieres casarte conmigo? Así siempre estaremos juntos

- Sí – contestó Yosaku. – ¡Acepto!

- A partir de ahora me puedes llamar Otsuru- dijo la joven

Después de casarse, Otsuru trabajaba y ayudaba mucho a su marido. Yosaku estaba muy feliz.

Un día, cuando Yosaku iba a salir a vender la leña, Otsuru le pidió que le comprara hilos de seda de colores. Iba a tejer. Mientras su marido iba al mercado a vender la leña y le compraba los hilos, Otsuru se quedó en casa preparando el telar para tejer. Cuando Yosaku, Otsuru se encerró en una habitación y le pidió que no entrara mientras ella trabajaba.

Otsuru pasó tres días tejiendo sin salir de la habitación y no comía ni dormía. Cuando acabó de tejer salió de la habitación e inmediatamente le enseñó a Yosaku el tejido que había hecho. Yosaku quedó maravillado. Era un tejido fino y delicado que combinaba colores y tonalidades de una manera increíble. Parecía imposible que unas manos fuesen capaces de crear un tejido de esa belleza.

- ¡Qué tejido tan bonito! ¡Es una maravilla! – exclamó Yosaku

- Podrías venderlo en la ciudad y sacarías mucho dinero- le dijo Otsuru

Yosaku fue a la ciudad ofreciendo a los señores ricos el precioso tejido. El rey, que paseaba por el mercado, vio el tejido y lo quiso comprar. Le ofreció mucho dinero a Yosaku, que volvió a casa muy contento y le dio las gracias a su esposa. Le dijo que el rey quería más tejido de aquél.

- No te preocupes- dijo Otsuru,- Ahora mismo me pongo a tejer más.

Esta vez también tardó cuatro días en tejer y estuvo sin comer ni dormir. Estaba muy débil cuando salió de la habitación.

Ella le dijo:

- Ya lo he acabado pero es la última vez que lo hago
- sí, sí - dijo Yosaku. No quiero que enfermes de tanto trabajar.

Yosaku llevó el tejido al rey quién le pagó muy bien. Cuando el rey miró la pieza dijo:
- Necesitaré más para el kimono de la princesa

Yosaku le explicó que era la última pieza que vendía, que era imposible que se hiciera más. Pero el rey amenazó con degollarlo si no le vendía más tejido. Así que Yosaku tuvo que ceder a la fuerza.

Cuando llegó a casa, Yosaku le explicó lo que había ocurrido a Otsuru y le pidió que por favor tejiera una vez más otra pieza. Otsuru aceptó el encargo y se metió en la habitación a tejer como las otras veces. Pero pasaron los días y Otsuru no salía de la habitación. Yosaku estaba muy preocupado por Otsuru, que estaba débil y delgada pero trabajaba sin parar. Como no podía entrar en la habitación, cada día se inquietaba más. Pero un día Yosaku no pudo resistirlo y decidió entrar en la habitación para ver como estaba su esposa. Y entonces vio una cosa sorprendente: un precioso pájaro que tejía con sus propias alas. El pájaro se giró y al ver a Yosaku empezó a cambiar de forma y se transformó en Otsuru. Yosaku no podía creer lo que veían sus ojos.

- ¡Has descubierto mi secreto! – exclamó. – Yo soy el pájaro que un día ayudaste a librarse de la trampa…..- dijo entre sollozos
Yosaku se había quedado sin habla

- Pero ahora que has descubierto mi secreto, me tendré que ir – dijo. Y cuando había acabado de decirlo, Otsuru se transformó otra vez en el pájaro y salió volando por la ventana.

Yosaku empezó entonces a gritar llorando:

- Espera, vuelve por favor, vuelve!!!!!!

Pero el pájaro ya había alzado el vuelo y se alejaba emitiendo sonidos tristes.

Los 4 dragones

Hace muchos, muchos años, no había ríos ni lagos sobre la Tierra, solo el Mar del Este, donde vivían cuatro dragones: el Dragón Largo, el Dragón Amarillo, el Dragón Negro y el Dragón Perla.

Un día, los Cuatro Dragones salieron a la superficie del mar y decidieron ir a darse una vuelta por el cielo. Allí jugaron al escondite entre las nubes esponjosas, volaron y planearon, saltaron y rieron.

De repente, el Dragón Perla gritó: -¡Venid aquí, rápido!

-¿Qué ocurre? – preguntaron los otros tres, mirando hacia dónde señalaba el Dragón Perla. Sobre la tierra, vieron a mucha gente sacando frutas y tartas y quemando varitas de incienso. ¡Estaban rezando! Una mujer joven, arrodillada en el suelo con un niño delgado sobre la espalda, imploraba:

- Por favor, Dios del Cielo, envíanos lluvia rápido o no tendremos nada para comer….
No había llovido desde hacía mucho tiempo. Los cultivos se marchitaban, la hierba se volvía de color amarillo y los campos se secaban bajo el sol abrasador.
- ¡Pobre gente! ¡Qué pena me dan!- dijo muy triste el Dragón Amarillo.

- Si no llueve pronto, no tendrán nada para comer y morirán…- dijo el Dragón Negro.

Los Cuatro Dragones se quedaron muy pensativos buscando alguna solución para ayudar a la gente de la Tierra.

- ¿Y si fuéramos a ver al Emperador Jade y le pidiéramos que enviara lluvia a la Tierra? - propuso el Dragón Perla.

- ¡Muy buena idea! – contestó el Dragón Amarillo.

- ¡Sí! ¡Seguro que él podrá ayudar a esa pobre gente! – contestó el Dragón Negro.

Así que los cuatro Dragones se dispusieron a visitar al poderoso Emperador Jade, que vivía en el Palacio Celestial.

El Emperador Jade era muy poderoso, ya que se encargaba de los asuntos del Cielo, de la Tierra y del Mar. Los cuatro Dragones entraron corriendo en el Palacio Celestial. El problema que les traía era realmente urgente, pero al Emperador no le gustaron aquellas prisas, ya que estaba en un concierto de hadas.

- Qué estáis haciendo aquí, vosotros? – les preguntó enfadado. – ¿No deberíais estar en vuestro Mar?

El Dragón Largo se acercó al Emperador y le dijo: - Majestad, hemos venido a pedirle que envíe un poco de lluvia a la Tierra. Los cultivos en la Tierra se están secando por falta de lluvia y pronto las gentes no tendrán nada para comer.

- Está bien- dijo el Emperador Jade.- Iros tranquilos. Mañana enviaré la lluvia.- Y siguió escuchando tranquilamente las canciones de las hadas.

- ¡Muchas gracias Majestad! – contestaron felizmente los Cuatro Dragones.

Pero pasaron diez días y todavía no había caído una gota de agua sobre la Tierra. La gente pasaba hambre. Comían cortezas de árbol o raíces de plantas y cuando esto se acabó, comieron incluso arcilla.

Viendo esto, los Cuatro Dragones se sintieron muy mal y se dieron cuenta que el Emperador Jade sólo se preocupaba de pasárselo bien, sin tomar en serio los problemas de la gente. Sólo podían confiar en ellos mismos para ayudar a la gente de la Tierra. Pero, ¿cómo iban a hacerlo?

Mirando hacia el mar, el Dragón Negro dijo que había tenido una gran idea.

- ¿Qué es? Venga, rápido, ¡cuéntanoslo! – gritaron los otros tres Dragones.

- Mirad, ¿no veis que hay muchísima agua en el mar en el que vivimos? ¡Podríamos llenar nuestras bocas de agua y luego rociarla sobre la Tierra! ¡Sería como la lluvia!- explicó el Dragón Negro.

- Es una idea fantástica – dijo el Dragón Amarillo.

- Los campos se regarán y la gente podrá recoger las cosechas y no morirá de hambre! ¡Vamos chicos, no hay tiempo que perder!

- Esperad un momento- dijo el Dragón Perla muy pensativo.

- ¿Qué ocurre ahora? ¿No ves que tenemos prisa? – contestó el Dragón Largo. – ¡La gente de la Tierra está esperando la lluvia!

- ¿No habéis pensado que el Emperador Jade nos castigará si se da cuenta?

- A mi no me importa- contestó el Dragón Largo con determinación. –Haría lo que fuera para ayudar a esa gente.

- ¡Pues a mi tampoco me importa! – contestó el Dragón Perla.

El Dragón Amarillo y el Negro se miraron y dijeron a la vez: - ¡A nosotros tampoco!

- Entonces, ¡manos a la obra! ¡Pase lo que pase, nunca nos arrepentiremos de esto!- exclamó el Dragón Negro.

Así que volaron hacia el mar. Abrieron bien sus bocas y las llenaron de agua. Volvieron a alzar el vuelo y revolotearon por el cielo, produciendo viento. Sus alas taparon el sol y la gente miró al cielo creyendo que de verdad se avecinaba una gran tormenta. Entonces los cuatro Dragones empezaron a pulverizar el agua sobre la tierra.

Cuando habían vaciado sus bocas, volvían a llenarlas en el mar y subían al cielo otra vez. Y así lo hicieron una vez y otra, hasta que había caído una buena lluvia sobre la Tierra.

La gente salió de sus casas mirando hacia el cielo y gritando con alegría: - ¡Está lloviendo, está lloviendo! ¡Salvaremos la cosecha!

El agua cayó sobre la Tierra y los campos reverdecieron. La gente cantaba para agradecer al Dios del Cielo la lluvia y los niños bailaban y saltaban sobre los charcos de agua.

Cuando el Emperador Jade se dio cuenta que estaba lloviendo se puso furioso. ¿Cómo se habían atrevido a llevar lluvia a la Tierra sin su permiso? Ordenó que sus soldados fueran a buscar a los Cuatro Dragones y los trajeran ante él. Estaba dispuesto a castigarlos muy duramente por haberlo desobedecido.

Cuando los Dragones estuvieron en el Palacio Celestial, el Emperador Jade llamó al Dios de la Montaña y le ordenó que trajera cuatro montañas para encerrar a los Cuatro Dragones. El Dios de la Montaña trajo volando cuatro montañas y las colocó sobre los cuatro Dragones, que quedaron atrapados sin poder moverse.

Aún así, los Cuatro Dragones nunca se arrepintieron de lo que habían hecho, porque habían ayudado a gente que lo necesitaba.

Convencidos de querer hacer siempre buenas acciones para ayudar a los hombres, los Cuatro Dragones se convirtieron en cuatro ríos, que fluyeron a lo largo de altas montañas y profundos valles, cruzando la tierra y ofreciendo su agua a las gentes, para llegar finalmente al mar. Y de esta manera se formaron los cuatro grandes ríos de China el Heilongjian (el Dragón Negro) al norte, el Huang He (el Dragón Amarillo) en el centro; el Changjiang (Iang-Tsé o río Largo) al sur y el Xi Jiang (Perla) en el lejano sur.

12 animales del zodiaco - Popular chino






 Hace mucho, mucho tiempo, un dios vivía en el fondo de una montaña. El dios quería hacer una fiesta y decidió enviar una carta a todos los animales del país para invitarles.

La carta decía:
“He decidido hacer una fiesta el primero de enero y me gustaría que vinierais. Para que sea más divertido haremos una carrera. Según el orden en el que llegueis, estableceré la jerarquía de todos los animales y a cada uno le corresponderá un año.”

A los animales les pareció muy buena idea y todos querían ser los primeros para ser el jefe. Pero a uno de los animales, el gato, le dio pereza leer la carta y decidió preguntarle a la rata.

La rata, que era muy traviesa, le contestó:
- El dios que vive en la montaña nos invita a una fiesta y hará una carrera para decidir nuestra jerarquía -Pero entonces le mintió añadiendo- tenemos que llegar el 2 de enero.

El gato, que no sospechó que la rata le había dicho una fecha equivocada, le dio las gracias y se fue.

La noche del 31 de diciembre los animales decidieron irse a dormir temprano para poder levantarse pronto y ser los primeros. Solo el toro dijo: “Yo ya saldré ahora porqué soy muy lento caminando”. La rata, que lo oyó, decidió aprovecharse y subió a su lomo exclamando: “¡Qué bien se está aquí!”. El toro, que no se percató de nada, siguió caminando.

Al día siguiente por la mañana, todos los animales menos el gato salieron corriendo hacia la casa del dios. Cuando el día ya despuntaba el toro fue el primero en aparecer en el lugar fijado. Pero el primero en llegar no fue el toro. ¡Fue la rata! El pequeño animal saltó desde el lomo del toro y fue corriendo hasta donde estaba el dios a quien saludó con un “¡feliz año nuevo!". El toro se sintió humillado y llegó el segundo.

Los otros animales llegaron después. El tercero fue el tigre, el cuarto la liebre y el quinto el dragón. Les siguieron la serpiente, el caballo, la oveja, el mono, el gallo, el perro y, por último, el cerdo. El dios les dio la bienvenida a todos y empezaron la fiesta, que duró todo el día.

El gato llegó cuando la fiesta ya se había acabado. Cuando vio que todo el mundo ya se marchaba se enfadó mucho y gritó a la rata: “¡Me has engañado!”. La rata tuvo miedo y se puso a correr, mientras el gato la perseguía.

Y es por culpa del engaño de la rata, que el gato no forma parte de los animales del horóscopo chino. Por eso, desde entonces, los gatos persiguen a las ratas.

El diamante magico

Dentro de un bosque frondoso, oculto en la húmeda sombra de sus árboles andaba un hombre solo con sus pensamientos. El hombre caminaba pensando en sus problemas y se encontraba vacío, y muy, muy triste. Mientras andaba y andaba por el bosque su desesperación ganaba terreno, pues no sabía darle un sentido a su existencia. Pero de repente, alicaído y melancólico, se encontró un bello diamante que se encontraba justo en medio del camino.

A pesar de su angustia cogió el diamante y lo puso suavemente en su mano. Después de soplar para quitarle el polvo empezó a observarlo detenidamente mientras se alejaba de su preocupación. ¡Un diamante muy bello!

Como hipnotizado por el diamante continuó quieto, inamovible en aquel rincón oscuro del bosque hasta que empezó a contemplar algo que brillaba dentro de aquella piedra preciosa tan valiosa: un rostro bello y afable se empezaba a dibujar en el diamante.

La belleza de aquel rostro de hada hizo estremecer a aquel hombre que se sentía absorto mientras unos grandes ojos pestañeaban repetidamente. Finalmente los labios de aquella preciosa hada se entreabrieron:

-Me llaman hada del bosque. Durante siglos he otorgado deseos a quién me lo ha pedido. Me puedes pedir aquello que más desees y te será concedido.

Aquellas palabras hicieron despertar el alma de aquel hombre absorto en sus pensamientos. ¡De repente se dió cuenta que una maravillosa hada le podía proporcionar aquello que quisiera!

-Pídeme aquello que más desees- repitió el hada del bosque.

La voz resonó tan dulcemente en sus pensamientos que el hombre no sabía como resolver sus deseos. En cambio aquella voz le parecía dulce y hermosa, como música para sus oídos. Así pues no sabía qué decidir, hasta que finalmente afirmó:
-Hada del bosque que habitas en este diamante, sólo te pido que hagas aquello que tu consideres mejor.

Y el hada contestó:

-¡Oh amigo desdichado! Eso me pediste cuando eras un animal y te convertí en el hombre triste que ahora eres!

Cuento facilitado por la editorial RBA, extraído del libro "Los mejores cuentos espirituales de Oriente", de Ramiro Calle

El demonio de oro y piedra

En las tierras lejanas de Vietnam, en Asia, vivían felizmente dos hermanos. Mañana y tarde los dos hermanos se encargaban de labrar los campos de sus padres. Pero por desgracia los padres de los jóvenes hermanos murieron. Ante esta situación el hermano pequeño se fue a preparar el último adiós de sus padres, que siempre habían sido bondadosos. Pero el hermano grande, sin pensarlo, aprovechó la ocasión para ir a la casa de los padres y llevarse todo aquello que habían dejado de valor. Al volver a la casa, el hermano pequeño se la encontró vacía:

-Después de tantos años es extraño que nuestros padres dejaran vacía la casa, ¿verdad, honorable hermano? -preguntó el hermano pequeño-.

-Tus ojos no te engañan –contestó el hermano mientras lo miraba fríamente-. Nuestros queridos padres no tenían nada, solo esta triste casa.

-En este caso, buen hermano, compartiremos de buen agrado la casa de nuestros padres.

-No puede ser –sentenció el hermano grande-. Yo tengo una mujer y tu no, la casa es mía.

De esta manera el hermano grande se quedó a vivir en la casa con su mujer. Se quedó también los bueyes y los campos para labrarlos y sacar provecho. El hermano más joven, que no dijo ni una sola palabra sobre la decisión de su hermano mayor, tuvo que quedarse solo en un pequeño terreno sin casa, cerca de una enorme montaña de piedra, con la única compañía de un perro y un gato hambrientos.

Pasaban los días y el muchacho no sabía cómo llevarse un pan a la boca ya que no tenía bueyes para labrar el campo, ni caballo, o burro. Finalmente, después de rascarse la cabeza y mirar al perro y al gato mucho rato, decidió intentar labrar el campo con aquellos dos pobres animales. Los colocó sobre el arado mientras los animaba a moverse. El gato y el perro empezaron a andar mientras maullaban y ladraban sin parar.

De golpe la montaña de piedra que había delante de los campos empezó a moverse ante el espanto del muchacho. Allí mismo, desde una cueva extraña se empezó a escuchar un ruido, cada vez más y más alto. Finalmente la montaña de piedra se abrió. Era la boca de un demonio inmenso que no paraba de reír delante de aquella ridícula situación. El muchacho observó aquella inmensa boca y observó un color que le cegaba: ¡era oro!. ¡La boca del demonio estaba llena de oro a toneladas! El muchacho subió rápidamente la montaña y llenó su saco con oro. Al irse el chico observó como la enorme boca se cerraba.

Con esta buena suerte, que el chico no se acababa de creer, volvió al pueblo con una sonrisa de oreja a oreja para comprar unos bueyes, una sencilla casa de madera y comida para su gato y su perro. El chico se dispuso a llevar una vida tranquila.

Un buen día su hermano grande conoció la suerte de su hermano pequeño y decidió ir a verlo. Cuando lo vio, le preguntó como había conseguido vivir tan bien, y el hermano pequeño le habló sobre el demonio de oro y piedra. El hermano grande, lleno de avaricia, decidió hacer lo mismo que su hermano. Llevó un perro y un gato en el arado y colocó unos carros cerca la montaña para poder cargar todo el oro. En ver la escena, otra vez se escuchó como la piedra se abría y una sonrisa escandalosa llenó el valle. El hermano grande se dirigió rápidamente a la boca y mientras gritaba de euforia descubrió las riquezas que escondía la montaña. El oro se perdía entre sus manos y el hermano grande no podía parar de llenar sacos uno detrás de otro. Poco a poco, la piedra dejó de moverse y el demonio, viendo la avaricia del hermano mayor, empezó a enfadarse. Cuando el hermano grande se dio cuenta, el demonio de oro y piedra estaba cerrando su enorme boca hasta que se escuchó como sus dientes se cerraban con un fuerte golpe.

La mañana siguiente, cuando el hermano pequeño despertó, decidió ir a ver cómo le había ido a su hermano. Pero sólo encontró un gato y un perro atados en el arado. Al desatarlos, el muchacho alzó la mirada. Estaba seguro que había visto como el demonio le guiñaba el ojo.

Nos roban el Sol!









Los habitantes de Corea observan sorprendidos como a veces, en los días de eclipse, el sol o la luna se cubren por una sombra

misteriosa. ¿Cómo se puede explicar este extraño fenómeno? Este mito coreano nos relata el modo en que, en realidad, ésto obedece a

la voluntad de un perverso rey que quiere a toda costa robar la luz de la Tierra para iluminar su oscuro país, en el que habitan los feroces perros de fuego que tendrán que ayudarle en su objetivo de raptar el sol y la luna. ¿Tendrá éxito en su empeño?

La historia que así empieza se cuenta en Corea desde que los hombres tienen memoria. Se dice de ella que mucho antes de que los reyes del mundo construyeran sus castillos, había ya en el cielo, algo por encima de las nubes blancas: unos poderosos reinos que gobernaban reyes

muy sabios.

No es difícil darse cuenta de ello, basta con mirar al cielo en una noche despejada para ver las estrellas y fijarse que, en

realidad, las estrellas no son más que luces lejanas que colman las murallas de las fortalezas.

En una de las partes más oscuras del cielo habitaba el rey que protagoniza nuestra historia. Su reino, llamado el “País de la Oscuridad”

carecía por completo de luz, ya que una espesa y envolvente tiniebla, densa como el humo de una antorcha, la alejaba de los

astros que

iluminan el cielo. En él habitaban los perros de fuego, casi exactos en su forma a los perros que conocemos pero mucho más grandes,

y de los que emanaban llamas rojas, amarillas y azules, que los hacían bellos y temibles a la vez.

Hundido en su trono, el rey meditaba horas y horas sobre como podría resolver el problema de su reino, y traer la luz a la larga

noche en la que se encontraba su país. Finalmente, sólo se le ocurrió una forma de conseguir su objetivo. Tal era su desesperación

que decidió robar el sol,que iluminaba la Tierra con sus cálidos rayos. Con voz de trueno ordenó al más fiel de los perros de fuego que

atravesara las nubes y le trajera el sol a cualquier precio. El perro dio media vuelta y veloz, pintó de fuego el cielo, como un cometa que

cruza la noche. Cuando tuvo al sol a su alcance, se lanzó sobre él como una exhalación y lo prendió de un mordisco… ¡Pero estaba quemando!

El perro lo soltó dando un gran salto atrás, y con el hocico humeante y dolorido, emprendió el regreso al castillo del rey, con la cola entre las piernas.

Cuando el rey supo del fracaso del perro de fuego, volvió a llamarlo ante él y después de una regañina por no traerle el sol, le ordenó

que trajera la luna en su lugar. Convencido de su éxito, el perro de fuego esperó a que anocheciera y tan pronto vio que la luna se

dibujaba tenue en el cielo, se abalanzó sobre ella y la mordió con sus fauces para llevársela al reino negro. Lo que no podía saber de

antemano, y que notó nada más tocarla, era que la luna estaba completamente helada, y su frío le golpeó del mismo modo que lo había

hecho el fuego, obligándole a escupirla inmediatamente. Pese a los muchos intentos del perro, no pudo de ningún modo sostenerla más de un segundo en su boca, y finalmente, tuvo que alejarse totalmente derrotado.

El rey del “País de la Oscuridad” no se rindió fácilmente. Lo intentó una y otra vez, enviando de vuelta al obediente perro de fuego, y según dicen las gentes de Corea, hoy aún sigue intentando robar los dos astros para llevárselos a su reino. Es justo después de que el perro de fuego haya mordido al sol o a la luna, que éstos se oscurecen por las señales de sus dientes, y se produce el eclipse.

Para quien no lo crea, se dice que puede observarse al perro de fuego justo antes de que empiece el eclipse, pero jamás debe buscarse mirando directamente al sol, ya que su brillo es peligroso y podría dañarnos los ojos. Solo lo podremos ver si observamos el reflejo del sol con un plato lleno de tinta negra, o en una superficie oscura, donde veremos la sombra del perro mordiendo y escupiendo después los astros.

Los 4 peregrinos

Cuatro peregrinos de distintos países estaban llevando a cabo una peregrinación.

Vivían de la caridad pública y, con un poco de dinero que les dio una persona piadosa, decidieron comprar

algo para comer. El persa se apresuró a decir:

-Quiero augur.

-Pues yo quiero inab –protestó el árabe.

El turco replicó:

-Ni hablar, pues yo quiero uzum.

El griego vociferó indignado:

-Lo que yo quiero es stafil.

Y entonces todos comenzaron a discutir y a insultarse violentamente, hasta que pasó por allí un hombre que entendía diferentes lenguas, pidió el dinero para ir a comprar lo que todos deseaban y regresó al rato con uvas, que era

lo que cada uno de ellos había solicitado en su respectivo idioma.

El leon y el lago

El león y el lago
En una ocasión, un león se aproximó hasta un lago de aguas despejadas para calmar su sed y, al acercarse a las mismas, vio su rostro reflejado en ellas y pensó:

-¡Vaya! Este lago debe de pertenecer a este león. Tengo que tener mucho cuidado con él.

Atemorizado, se alejó de las aguas, pero tenía tanta sed que regresó al cabo de un rato. Allí estaba otra vez el león. ¿Qué hacer? La sed lo asfixiaba y no había otro lago cercano.

Retrocedió.

Unos minutos después volvió a intentarlo y, al ver al león, abrió sus fauces de forma amenazadora, pero al comprobar que el otro león hacía lo mismo, sintió terror. Salió corriendo, pero ¡era tanta la sed! Lo intentó varias veces de nuevo, pero siempre huía espantado.

Pero como la sed era cada vez más intensa, tomó finalmente la decisión de beber agua del lago sucediera lo que sucediera. Así lo hizo. Y al meter la cabeza en las aguas ¡el león había desaparecido!

Cuento facilitado por la editorial RBA, extraído del libro "Los mejores cuentos espirituales de Oriente", de Ramiro Calle









¿Por qué el koala vive subido a los árboles si no es un pájaro? ¿Por qué el emú no puede volar si es un ave?

Si quieres conocer los secretos que esconden estos animales australianos, lee el cuento de el koala y el emú :

Hace mucho tiempo, cuando el mundo vivía en el “Tiempo de los sueños”, los animales convivían en la más

absoluta armonía y tranquilidad, ya que más o menos todos llevaban la misma vida, tranquila y sosegada.

Pero un día estalló una discusión de enormes dimensiones que les encerró en el silencio más absoluto: se retiraron

la palabra los unos y los otros. Pasaron las horas, los días y las semanas, y ni con el tiempo se devolvieron el saludo.

Muchas gotas de lluvia cayeron de las nubes hasta que, finalmente, se dieron cuenta de que ni siquiera recordaban el

motivo que les había llevado a enfrentarse. Era tan ridículo continuar en aquellas circunstancias que decidieron volver

a ser amigos otra vez, como si nada hubiera pasado.

Todos se hicieron amigos menos el emú, un animal lleno de orgullo y tozudez, y que se resistía a relacionarse con sus

semejantes que vivían en los árboles, a los que consideraba inferiores.

Una vez, el emú se encontró al koala, y le dijo:

-Tenemos que resolver esta cuestión de una vez por todas, y ver finalmente quién tiene razón en nuestro debate.

-¿A qué te refieres? –le preguntó el koala- pero si ya nadie recuerda el motivo que nos llevó a enfrentarnos... lo mejor es

que volvamos a ser amigos, como antes lo fuimos, y nos olvidemos de la cuestión.

Pero el emú entendía esto como una derrota. Era demasiado orgulloso y se creía mucho mejor que los demás. Esto hacía que

de tantos elogios que se lanzaba a sí mismo, se fuera hinchando cada vez más y más, volviéndose grande y pesado,

como un enorme globo cubierto de plumas:

-¡Seguro que éramos los pájaros los que teníamos razón! Por eso somos superiores a los animales que viven en los árboles.

Además somos muy inteligentes y sabemos volar...

Tanto llegó a crecer su cuerpo orgulloso que cuando quiso pavonearse levantando el vuelo, el peso de su enorme cuerpo no

le dejó volver a volar. Furioso y asustado, el emú empezó a correr arriba y abajo, estirando el cuello tanto como le era posible hacia el cielo, intentando tirar de él sin ningún resultado.

Cuando se volvió hacia el koala que contemplaba la escena, el emú tenía un gesto tan aterrador que el pobre koala se encaramó

de un salto al árbol más cercano. Una vez allí decidió que jamás volvería a poner un pie en el suelo, temiendo que el emú la

emprendiera con él.

Ni cuando la sed le asaltaba cedió en su empeño, pues descubrió que en las hojas verdes se escondía un poco de agua, quizás menos

de la que cabía en una sola gota, pero suficiente para poder sobrevivir.

Desde entonces el koala ya no bebe nunca agua como los otros animales, y se pasa los días y las noches subido a los árboles.

La vida del emú también cambió pues desde entonces, no ha dejado de correr agitando sus alas cada vez más pequeñas, intentando

sin éxito, volver a volar como lo hacía en aquél “Tiempo de los sueños”.

Dios me salvará

Habia una vez un hombre muy devoto, conocido por sus vecinos en el pueblo por su fe y confianza en dios.

Algunos lo consideraban un santo.

Un dia las fuertes lluvias amenazaron al pueblo por el peligro que estas podian acarreaR al romper la presa.

Mientras todos los vewcinos corrian a empacar sus posesiones, el hombre se encerro en su casa con una vela y se puso a rezar.

- Señor por favor, salvame de esta tragedia...rezaba

-Vecino, ven con nosotros, vamos a ponernos a salvo en la colina- dijo uno de sus vecinos que acarreaba una carrera de dos bueyes y varios niños asustados. El agua ya llegaba por las rodillas.

- Necio! Deja de interrumpir mis rezos ¿no ves que estoy hablanso con dios? Llegado el momento Dios me salvará.

El hombre de la carrera siguio su camino.

El nivel del agua siguio subiendo y el hombre tuvo que subirse a rezar en una mesa.

- Vecino, por dios, sube a ñla barca, te sacaremos de ahi, la presa va a explotar

- No ves que estoy rezando? Llevate tu estupida barca, Dios me salvará- y siguio con sus plegarias.

La presa empezo a desquebrajarse y el agua empezo a subir tanto, que el piadoso hombre tuvo que subir al tejado a rezar.

Unos marineros pasaron con un barco ofreciendole ayuda.

-La presa va a explotar, suba al barco antes de que sea tarde.

-Dios me salvará, id a rezad porque seguro que por pecadores os ahogara por vuestra blasfemia.

El barco se alejo y horas despues la presa cedio inundando al pueblo y ahogando al santo hombre, que subio a las puertas del cielo indignado.

A las puertas del cielo lo esperaba Dios y el hombre de fe le grito de mal humor.

Dios, siempre te recé, te adoré. fue bueno con los demas y confie en ti. ¿Porque no me has salvado?

- Pobre necio....¿quien crees que te mando a cada uno de los vecinos y las barcas para salvarte?

Los seis ciegos y el elefante









Este cuento popular de la India nos ayuda a reflexionar sobre la verdadera naturaleza de las cosas. ¿Podemos estar seguros de que todo es como nos parece en una primera impresión? ¿Pueden estar seis sabios equivocados al mismo tiempo sobre la forma real de un elefante? Acompañemos a los seis sabios ciegos en su viaje a la selva.




Hace más de mil años, en el Valle del Río Brahmanputra, vivían seis hombre ciegos que pasaban las horas compitiendo entre ellos para ver quién era de todos el más sabio.

Para demostrar su sabiduría, los sabios explicaban las historias más fantásticas que se les ocurrían y luego decidían de entre ellos quién era el más imaginativo.

Así pues, cada tarde se reunían alrededor de una mesa y mientras el sol se ponía discretamente tras las montañas, y el olor de los espléndidos manjares que les iban a ser servidos empezaba a colarse por debajo de la puerta de la cocina, el primero de los sabios adoptaba una actitud severa y empezaba a relatar la historia que según él, había vivido aquel día. Mientras, los demás le escuchaban entre incrédulos y fascinados, intentando imaginar las escenas que éste les describía con gran detalle.

La historia trataba del modo en que, viéndose libre de ocupaciones aquella mañana, el sabio había decidido salir a dar una paseo por el bosque cercano a la casa, y deleitarse con el cantar de las aves que alegres, silbaban sus delicadas melodías. El sabio contó que, de pronto, en medio de una gran sorpresa, se le había aparecido el Dios Krishna, que sumándose al cantar de los pájaros, tocaba con maestría una bellísima melodía con su flauta. Krishna al recibir los elogios del sabio, había decidido premiarle con la sabiduría que, según él, le situaba por encima de los demás hombres.

Cuando el primero de los sabios acabó su historia, se puso en pie el segundo de los sabios, y poniéndose la mano al pecho, anunció que hablaría del día en que había presenciado él mismo la famosa Ave de Bulbul, con el plumaje rojo que cubre su pecho. Según él, esto ocurrió cuando se hallaba oculto tras un árbol espiando a un tigre que huía despavorido ante un puerco espín malhumorado. La escena era tan cómica que el pecho del pájaro, al contemplarla, estalló de tanto reír, y la sangre había teñido las plumas de su pecho de color carmín.

Para poder estar a la altura de las anteriores historias, el tercer sabio tosía y chasqueaba la lengua como si fuera un lagarto tomando el sol, pegado a la cálida pared de barro de una cabaña. Después de inspirarse de esta forma, el sabio pudo hablar horas y horas de los tiempos de buen rey Vikra Maditya, que había salvado a su hijo de un brahman y tomado como esposa a una bonita pero humilde campesina.

Al acabar, fue el turno del cuarto sabio, después del quinto y finalmente el sexto sabio se sumergió en su relato. De este modo los seis hombres ciegos pasaban las horas más entretenidas y a la vez demostraban su ingenio e inteligencia a los demás.

Sin embargo, llegó el día en que el ambiente de calma se turbó y se volvió enfrentamiento entre los hombres, que no alcanzaban un acuerdo sobre la forma exacta de un elefante. Las posturas eran opuestas y como ninguno de ellos había podido tocarlo nunca, decidieron salir al día siguiente a la busca de un ejemplar, y de este modo poder salir de dudas.

Tan pronto como los primeros pájaros insinuaron su canto, con el sol aún a medio levantarse, los seis ciegos tomaron al joven Dookiram como guía, y puestos en fila con las manos a los hombros de quien les precedía, emprendieron la marcha enfilando la senda que se adentraba en la selva más profunda. No habían andado mucho cuando de pronto, al adentrarse en un claro luminoso, vieron a un gran elefante tumbado sobre su costado apaciblemente. Mientras se acercaban el elefante se incorporó, pero enseguida perdió interés y se preparó para degustar su desayuno de frutas que ya había preparado.

Los seis sabios ciegos estaban llenos de alegría, y se felicitaban unos a otros por su suerte. Finalmente podrían resolver el dilema y decidir cuál era la verdadera forma del animal.

El primero de todos, el más decidido, se abalanzó sobre el elefante preso de una gran ilusión por tocarlo. Sin embargo, las prisas hicieron que su pie tropezara con una rama en el suelo y chocara de frente con el costado del animal.

-¡Oh, hermanos míos! –exclamó- yo os digo que el elefante es exactamente como una pared de barro secada al sol.

Llegó el turno del segundo de los ciegos, que avanzó con más precaución, con las manos extendidas ante él, para no asustarlo. En esta posición en seguida tocó dos objetos muy largos y puntiagudos, que se curvaban por encima de su cabeza. Eran los colmillos del elefante.

-¡Oh, hermanos míos! ¡Yo os digo que la forma de este animal es exactamente como la de una lanza...sin duda, ésta es!

El resto de los sabios no podían evitar burlarse en voz baja, ya que ninguno se acababa de creer los que los otros decían. El tercer ciego empezó a acercarse al elefante por delante, para tocarlo cuidadosamente. El animal ya algo curioso, se giró hacía él y le envolvió la cintura con su trompa. El ciego agarró la trompa del animal y la resiguió de arriba a abajo notando su forma alargada y estrecha, y cómo se movía a voluntad.

-Escuchad queridos hermanos, este elefante es más bien como...como una larga serpiente.

Los demás sabios disentían en silencio, ya que en nada se parecía a la forma que ellos habían podido tocar. Era el turno del cuarto sabio, que se acercó por detrás y recibió un suave golpe con la cola del animal, que se movía para asustar a los insectos que le molestaban. El sabio prendió la cola y la resiguió de arriba abajo con las manos, notando cada una de las arrugas y los pelos que la cubrían. El sabio no tuvo dudas y exclamó:

-¡Ya lo tengo! – dijo el sabio lleno de alegría- Yo os diré cual es la verdadera forma del elefante. Sin duda es igual a una vieja cuerda.

El quinto de los sabios tomó el relevo y se acercó al elefante pendiente de oír cualquiera de sus movimientos. Al alzar su mano para buscarlo, sus dedos resiguieron la oreja del animal y dándose la vuelta, el quinto sabio gritó a los demás:

-Ninguno de vosotros ha acertado en su forma. El elefante es más bien como un gran abanico plano – y cedió su turno al último de los sabios para que lo comprobara por sí mismo.

El sexto sabio era el más viejo de todos, y cuando se encaminó hacia el animal, lo hizo con lentitud, apoyando el peso de su cuerpo sobre un viejo bastón de madera. De tan doblado que estaba por la edad, el sexto ciego pasó por debajo de la barriga del elefante y al buscarlo, agarró con fuerza su gruesa pata.

-¡Hermanos! Lo estoy tocando ahora mismo y os aseguro que el elefante tiene la misma forma que el tronco de una gran palmera.

Ahora todos habían experimentado por ellos mismos cuál era la forma verdadera del elefante, y creían que los demás estaban equivocados. Satisfecha así su curiosidad, volvieron a darse las manos y tomaron otra vez la senda que les conducía a su casa.

Otra vez sentados bajo la palmera que les ofrecía sombra y les refrescaba con sus frutos, retomaron la discusión sobre la verdadera forma del elefante, seguros de que lo que habían experimentado por ellos mismos era la verdadera forma del elefante.

Seguramente todos los sabios tenían parte de razón, ya que de algún modo todas las formas que habían experimentado eran ciertas, pero sin duda todos a su vez estaban equivocados respecto a la imagen real del elefante.

mepante.jpg