El Ratón Perez (Versión original)

"Sembrad en los niños la idea ,

aunque no la entiendan:

los niños se encargaran de

descrifrarla en su entendimiento

y hacerla florecer en su corazón"

Entre la muerte de del rey que rabió y el advenimiento al trono de la reina MariaCastaña, existe un largo y obscuro período en las crónicas de que quedan pocas memorias. Consta sin embargo que florecío en aquella época un rey Buby I gran amigo de los niños pobres y protector decidido de los ratones. Fundó una fabrica  de muñecos y caballos de cartón para los primeros y sabese de cierto, que de esta fabrica procedian los tres caballitos  cuatrablos , que regaló al rey D. Bermudo el Diácono a los niños de Hissén  I, después de la batalla de Bureva.

Consta también que el rey Buby prohibió severamente el uso de ratoneras y dictó muy discretas leyes para encerrar en los límites de la defensa propia de los instintos cazadores de los gatos:  lo cual resulta probado , por los graves disturbios que hubo entre la reina Doña Goto o Gotona, viuda de D. Sancho Ordónez , rey de Galicia y la Merindad de Ribas de Sil , a causa de haberse querido aplicar en estas leyes del rey Buby al gato del Monasterio de Pombeyro , donde aquella reina vivia retirada.

El caso fue grave y sus memorias muy duraderas por mas que unos autores digan que el gato en cuestión se llamaba Russaf Mateo, y otros lo llamaban simplemente Minini. De todos modos el hecho resulta probado , aunque nada diga sobre ello Vaseo , ni tampoco lo mencionó el Cronicón Iriense , y el bueno de D. Lucas de Tuy haga como que se olvida del caso, quizás, quizás por conveniencia.

Consta tambien de que el rey Buby comenzó a reinar a los seis años bajo la tutela de su madre , señora muy prudente y cristiana , que guiaba sus pasos y velaba a su lado , como hace con todos los niños buenos el ángel de la guarda.

Era entonces el rey Buby un verdadero encanto y cuando en sus dias de gala le ponían su corona de oro y su real manto bordado , no era el oro de su corona lo mas brillante  que el de sus dorados  cabellos, ni mas suaves los armiños de su manto que la piel de sus mejillas y sus manos.  Parecía un muñequito de Sévres que una vez colocado sobre la chimenea , lo hubieran puesto sentadito en el trono.

Pues sucedió , que comiendo un dia el rey unas sopitas , se le empezó a menear un diente. Alarmosé la corte entera, y llegaron uno tras otro, los médicos de Cámara . El caso era grave, pues todo indicaba que había llegado para Su Majestad la hora de mudar los dientes.

Reunióse en consulta toda la Facultad ; telegrafióse a Charcot , por si venia complicación nerviosa , y se decreto al cabo de sacar a S.M. el diente.  Los médicos quisieron cloroformizarle , y el Presidente del  Consejo sostuvo porfiadamente esta opinión , por ser él tan impresionable, que nunca dejaba de hacerlo cada vez que se cortaba el pelo.

Pero el rey Buby era animoso y valiente y empeñóse en arrostrar el peligro él cara a cara . Quiso , sin embargo, confesarse antes, porque la faena hecha no ocupa lugar , y después de todo , lo mismo puede escaparse el alma por la herida de una lanza que por una mella de diente.

Atáronle , pues, al suyo una hebra de seda encarnada , y el médico mas anciano comenzó a tirar con tanto pulso y acierto , que a la mitad de del empuje hizo el rey un pucherito y saltó un diente tan blanco , tan limpio y tan precioso como una perlita sin engaste .

Recogiólo en un azafate de oro el gentilhombre  Grande de  guardia  y fue a  presentarlo a S.M la reina . Convocó esta al punto el Consejo de Ministros y dividieronse las opiniones.

Querian engarzar en oro unos el  dientecito y guardarlo en el tesoro de la Corona y los otros colocarlos en el centro de una rica joya y regalarlo a la imagen de la Virgen , patrona del reino . Parecia que los ministros tenian mas deseos de halagar a la madre que servir a la reina. Mas que como esta señora que como mujer lista no fiaba de los aduladores  y era muy prudente y amiga de la tradición decidió que el rey Buby escribiese al Ratón Pérez  una atenta carta , y pusiese aquella misma noche el diente debajo de su almohada , como ha sido y es uso común y constante en de todos los niños desde que el mundo es mundo, sin que haya memoria de que dejase nunca el Ratón Pérez de venir a recoger el diente y dejar a cambio un espléndido regalo.

Asi lo hizo ya el justo Abel en su tiempo, y hasta el mismisimo pícaro de Caín puso su primer diente amarillo y apestoso como un ajo, escondido entre la piel de perro negro que servia de cabecera . De Adán y Eva  no se sabe nada , lo cual a nadie extraña , porque como nacieron grandecitos , claro esta que no mudarón los dientes.

Apuradillo se vio el rey Buby para escribir la carta , pero consiguioló al cabo y no sin grande suerte pues tan solo consiguio mancharse de tinta los cinco dedos de cada mano, la punta de la nariz, la oreja izquierda , un poco del borceguí derecho y todo el babero de encajes de arriba a abajo.

Acostóse esa noche mas temprano que de costumbre y mandó dejasen encendidos en la alcoba todos los candelabros y y arañas. Puso con mucho primor debajo de la almohada la carta con el diente dentro y sentosé encima dispuesto a esperar al Ratón Pérez aunque fuese necesario esperar hasta el alba.

Ratón Pérez se tardaba y el reyecito se entretuvo en pensar el discurso que había de pronunciarle . A poco abría mucho Buby los ojitos luchando contra el sueño que se los cerraba ; cerróselos al fin del todo y el cuerpecito se le resbaló buscando el calor de las mantas y la cabeza se le quedo sobre la almohada , escondida tras un brazo , como esconden los pajaritos la suya debajo el ala.

De pronto sintio uan cosa suave que le rozaba la frente . Se incorporó de un brinco , sobresaltado , y vio delante de si de pie sobre la almohada un ratón muy pequeño , con sombrero de paja, lentes de oro, zapatos de lienzo crudo y una cartera roja terciada a la espalda.

Lo miró el rey Buby muy espantado y el Ratón Pérez  al verlo despierto se quito el sombrero hasta los pies , inclino la cabeza según el ceremonial de la corte  y en esta actitud reverente  espero a que el rey le hablase.

Pero S.M no dijo nada,, porque se le olvido el discurso de pronto y despues de pensarlo mucho solo puedo articular un azorado:

-Buenas noches...

A lo cual respondio el raton profundamente conmovido:

- Dios se las de buenas a su Majestad.

Y con estas cortesas razones quedaron el raton y el rey siendo los mejores amigos del mundo. Se veia a la legua que era un ratón muy de mundo acostumbrado a pisar alfombras  y al trato social con personas distinguidas . Su conversación era variada e instructiva y su erudición pasmosa. Habia viajado por todas las cañerias y sotanos de la corte y anidado en los archivos de la corte y la biblioteca: solo en la Real Academia se comío al menos en una semana tres manuscritos ineditos que habia depositado cierto autor ilustre . Hablo tambien de su familia , que no era muy numerosa, dos hijas ya casaderas, Adelaida y Elvira y un hijo adolescente, Adolfo que seguía la carrera diplomatica , en el cajón mismo que el Ministro guardaba sus actas secretas. De su mujer habló poco y como de paso , por lo que sospecho el reyecito que habia alli una messa alianza o dimensiones matrimoniales.

Oia todo esto el rey embobado , extendiendo de cuando en cuando maquinalmente su manita para cogerle el rabo. Mas el ratón con una oscilación rapida y ceremoniosa ponia el rabo en otra parte , burlando asi el intento del niño sin faltar al Monarca.

Era ya tarde y como el rey Buby no pensaba en despedirle , Ratón Pérez insinuó habilmente sin faltar a la etiqueta , que le era forzoso acudir aquella misma noche a la calle Jacometrezo numero 64 para recoger el diente de otro niño muy pobre, llamado Gilito . Era un camino áspero y peligroso , porque habia en el vecindario un gato muy malintencionado que llamaban D Gaiferos.

Quiso el rey Buby acompañarle en la expedición y asi se lo pidio al ratón con ahinco. El se quedo pensativo atusandose los bigotes , era una gran responsabilidad  y debia detenerse en su casa a recoger el regalo para Gilito a cambio de su diente.

El rey Buby

El algarrobo (Inca)

Era en tiempos de los Incas.
Los quichuas adoraban con las principales honras a Viracocha, señor supremo del reino. También adoraban a Inti, a las estrellas, al trueno y a la tierra.
Conocían a esta última con el nombre de Pachamama, que es como decir "Madre Tierra" y a ella acudían para pedir abundantes cosechas, la feliz realización de una empresa, caza numerosa, protección para las enfermedades, para el granizo, para el viento helado, la niebla y para todo lo que podía ser causa de desgracia o sinsabor.
Levantaban en su honor altares o monumentos a lo largo de los caminos.
Los llamaban apachetas y consistían en una cantidad de piedras amontonadas unas encima de las otras, formando un pequeño montículo.
Allí se detenía el indio a orar, a encomendarse a la Pachamama, cuando pasaba por el camino al alejarse del lugar por tiempo indeterminado o simplemente cuando se dirigía al valle llevando sus animales a pastar.
Para ponerse bajo la protección de la Pachamama, depositaba en la apacheta, coca, o cualquier alimento que tuviera en gran estima, seguro de conseguir el pedido hecho a la divinidad.
Respetuoso de la tradición y de las costumbres, el pueblo quichua jamás había olvidado sus obligaciones hacia los dioses que regían sus vidas.
Pero llegó un tiempo de gran abundancia en que los campos sembrados de maíz eran vergeles maravillosos que daban copiosa cosecha, la tierra se prodigaba con exuberancia y la ociosidad fue apoderándose de ese pueblo laborioso que, olvidando sus obligaciones, abandonó poco a poco el trabajo para dedicarse a la holganza, al vicio y a la orgía.
Se desperdiciaba el alimento que tan poco costaba conseguir, y con las espigas de maíz, que las plantas entregaban sin tasa, fabricaban chicha con la que llenaban vasijas en cantidades nunca vistas.
Fue una época sin precedentes.
El vicio dominaba a hombres y mujeres. Ellos, en su inconsciencia, sólo pensaban en entregarse a los placeres bebiendo de continuo y con exceso, comiendo en la misma forma y danzando durante todo el tiempo que no dedicaban al sueño o al descanso.
Los depósitos repletos proveían del alimento necesario y nadie pensó que esa fuente, que les proporcionaba granos y frutos en abundancia, se agotaría alguna vez.
El desenfreno continuaba y nada había que llamara a ese pueblo a la reflexión y a la vida ordenada y normal.
Llegó la época en que se hacía imprescindible sembrar si se pretendía cosechar, pero nadie pensaba en ello.
Inti, entonces, al comprobar que el pueblo desagradecido olvidaba los favores brindados por la Pachamama, queriendo darles su merecido, resolvió castigarlos.
Con el calor de sus rayos, que envió a la tierra como dardos de fuego, secó los ríos y lagunas, los lagos y vertientes y, como consecuencia, la tierra se endureció, las plantas perdieron sus hojas verdes y sus flores, los tallos se doblaron y los troncos y las ramas de los árboles, resecos y polvorientos, parecían brazos retorcidos y sin vida.
En los géneros aún quedaban alimentos, y en los cántaros, chicha. ¿Qué importancia tenía, entonces, para esas gentes, que las plantas se secaran y que el río hubiera dejado de correr, y seco y sin vida, mostrara las paredes pedregosas de su lecho?
Mientras durara la chicha no podría desaparecer la felicidad ni la alegría. Pero un día llegó en que, con asombro, comprobaron que los graneros no eran inagotables y que, para servirse de sus granos y de sus frutos, era necesario depositarlos primero. El alimento comenzó a escasear, y con ello las penurias, la miseria y el hambre hicieron su aparición.
Recapacitaron entonces los quichuas, decidiendo volver a trabajar los campos y a sembrarlos.
Pero el castigo de Inti no había terminado y la tierra, cada vez más reseca y dura, no se dejaba clavar los útiles con que pretendían labrarla, y así era imposible poner la semilla. La desolación y la miseria fueron soberanas de ese pueblo que, en un instante, olvidó las leyes de sus dioses y sus obligaciones con la vida.
Los animales, flacos, sin fuerzas, morían en cantidad y parecía mentira que esos campos, que al presente se asemejaban al más desolado de los páramos, hubieran podido ser, alguna vez, praderas alegres cubiertas de hierbas y de árboles o de extensas plantaciones de maíz, en las que los frutos se ofrecían generosos.
Los niños, pobres víctimas inocentes de los pecados y de la disipación de los mayores, débiles, flacos, con los rostros macilentos, los ojos grandes y desorbitados, verdaderos exponentes de miseria y de dolor, sólo abrían sus bocas resecas para pedir algo que comer. Los más débiles morían sin que nadie pudiera hacer algo por ellos.
El sol caía a plomo. De una de las casas de piedra que se hallaban en los alrededores de la población, una mujer salió, corriendo desesperada.
Era Urpila que, enloquecida porque sus hijos morían de hambre y de sed , arrepentida de las faltas cometidas en los últimos tiempos, demostrando a todos su vergüenza, su pecado y su olvido de Inti y de la Pachamama, corría a la primera apacheta del camino a pedir protección a la Madre Tierra y a depositar su ofrenda de coca y de llicta, últimas porciones que había podido conseguir.
Llegó a la apacheta y, casi sin fuerzas, comenzó a implorar:
Pachamama, Madre Tierra, Kusiya... Kusiya...
Lloró y se desesperó ante el altar de la diosa, prometiendo enmienda y sacrificios.
Extenuada, sin fuerzas para continuar, se sentó en el suelo, apoyando su cuerpo cansado en el tronco de un árbol que crecía a pocos pasos y cuyas ramas secas parecían retorcerse en el espacio.
Tan grande era su fatiga, tanta su debilidad, que, vencida, bajó la cabeza y no tardó en quedarse profundamente dormida.
Tuvo sueños felices. La Pachamama, valorando su arrepentimiento, llenó su alma de visiones de esperanza y acercándose a ella, con toda la grandeza que como diosa le concernía, le habló generosa:
No te desesperes, mujer. El castigo ha dado sus frutos y el pueblo, arrepentido como tú misma de su ocio y desenfreno, retornará a su existencia anterior, que es la justa, la verdadera. La vida renacerá sobre la tierra que volverá a brindar sus frutos y su belleza.
Cuando despiertes, y antes de irte, abre tus brazos y recibe las vainas que ha de regalarte este "Arbol", desde hoy sabrás. Que las coman tus hijos y los hijos de otras madres, que con ellas calmarán su hambre y apagarán su sed. Tu humildad y tu arrepentimiento han hecho posible este milagro que Inti realiza para ti.
Cuando Urpila despertó, creyó morir, tal era su decepción. El aspecto de la tierra en nada había variado y la visión había desaparecido.
Se convenció de que su sueño había sido sólo eso: un sueño. Pero, recapacitando, volvieron a su mente las palabras de la Pachamama y recordó al "Arbol".
Levantó entonces sus ojos hacia las ramas que parecían secas, y tal como la diosa lo anunciara, las vainas doradas se ofrecían a su desesperación como una esperanza de vida.
Cambió en un instante su estado de ánimo dándole fuerzas extraordinarias. Se levantó ansiosa y cortó... cortó los frutos generosos hasta que entre sus brazos no cupieron más.
Entonces corrió al pueblo, hizo conocer la nueva y todos se lanzaron a buscar las milagrosas vainas color castaño, mientras ella repartía entre sus hijos el tesoro que encerraban sus brazos de madre y que le había concedido la Pachamama.
El pueblo volvió a la vida y veneró desde entonces al "Arbol Sagrado" que fue su salvación y que ha partir de ese día les brinda pan y bebida que ellos reciben como un don.
Ese árbol venerado es el algarrobo, que tiene la virtud, además de las nombradas, de ser, en tiempos grandes sequías, el único alimento de los animales.

Porque tienen bolsa los canguros (Australia)

Mucho tiempo atrás en su época de sueños en Australia, los kanguroos no tenían bolsa marsupial. La señora kanguroo era muy infeliz. Su pequeño bebé era tal preocupación. Cada vez que se bajaba, desaparecía saltando hasta perderse.
La señora kanguroo ha estado cuidando de su bebé toda la mañana. Y ahora tenía hambre. Mirando alrededor vio una inmensa piedra. Ella dejaría a su bebé cerca de ella , entonces sabría donde encontrarle, pues ella desea probar los dulces pastos que crecen alrededor.
Y mientras descansaba en sus manos y empezaba a comer, escuchó un gruñido y una voz que decía:
-Oh querida, oh querida! Viejo y bueno para nada eso es lo que soy. A nadie le sirvo.
Mirando hacia arriba , señora kanguroo vio a un viejo wombat moviéndose lentamente.
-¿Que pasa Wombat? , preguntó ella. -Oh querida, oh querida...solo estoy murmurando acerca de este mundo, sin tener a nadie que se preocupe si vivo o si muero! Pero quien esta hablando? Es la señora kanguroo, no puedes tu verme? Mi querida, no he puesto mis ojos en nadie este año pasado. Estoy ciego y sin nadie que me pueda mostrar donde los dulces pastos están. -Yo te mostraré el camino de como llegar a las pastos, dijo la señora kanguroo saltando hacia él, dándose la vuelta.
-Toma y alcanza mi cola. Entonces iré despacio, ahora tomate tu tiempo.
La señora kanguroo se detuvo pasivamente como un lagarto tomando un baño de sol, y el wombat se cogió de su col. Entonces la señora kanguroo se movió lentamente hacia adelante. Cada vez que el wombat se perdía, la señora Kanguroo cuidadosamente ponía la cola a su alcance y le decía: - Ahí! Ahí Wombat! No te preocupes tú estarás bien. Finalmente llegaron donde están los dulces pastos. El wombat comió y comió, mientras la señora kanguroo fue de regreso a buscar a su bebé. Por supuesto que el bebé se alejó brincando desde la piedra. Paso mucho tiempo hasta que
la señora kanguroo lo encontrara. Ella volvió al lugar donde dejo al Wombat. Pero el viejo Wombat se había ido a dormir. De repente la señora kanguroo presintió peligro. Se sentó, agudizó sus orejas, sus ojos brillaron, y olfateó el aire. Si, había peligro. Tomando a su bebé , corrió a unos matorrales. Desde su escondite La Señora Kanguroo vió a un cazador negro aparecer en la claridad.
Este estaba arreglando su lanza, y vio que iba a matar al wombat. Como un rayo la señora kanguroo bajó a su bebé . y corrió hacia el wombat. El hombre negro le dio una mirada, y se fue.
Allá muy lejos en su hogar el gran Espíritu Dorado estaba pensando. El se había cambiado a si mismo al viejo wombat para descubrir quien era el animal más generoso. La señora kanguroo fue la única que sintió piedad de él. Que podría darle él a ella?
Sus ojos cayeron en una bolsa dorada la cual había sido hecha por los espíritus de los pastos. Justo lo que necesitaba! El le daría aquello a la señora Kanguroo. Y ella podrá llevar a su bebé . Llamando a uno de sus niños le dijo que llevara la bolsa dorada a la señora kanguroo.
-Dile a ella que se amarre la bolsa alrededor de su cintura y haré que crezca en ella.
Así el niño espíritu se lo llevó a la señora kanguroo. Y tan pronto lo amarrara a su cintura paso a ser parte de su cuerpo, que fue una amorosa y peluda cuna para su bebé. La señora Kanguroo ahora tiene que enseñarle a su bebé a permanecer en la bolsa. Esto tomó largo tiempo. Ella le enseñó practicando un juego de esconderse en la bolsa, lo que fue muy entretenido. El pequeño podía salirse, dar una larga carrera y saltar primero la cabeza en la bolsa. Entonces el podría darse vuelta hacia arriba, brillando sus ojos de contento. Su mamá descubrió que podía hacer la bolsa mas grande o mas pequeña. Cuando sus enemigos la persiguen, ella puede saltar junto a su bebé hasta llegar a protejerse en los matorrales. Entonces con sus cortos brazos, sacar al pequeño afuera. El enemigo podría seguirle a ella y el bebé estaría a salvo.
Después que la señora kanguroo tuvo su bolsa todos sus primos, los wallabies, el wallaroos, y el pequeño kanguroo ratón, querían la bolsa también. Así que ella mandó un mensaje al Espíritu Dorado , preguntándole si él tenía bolsas para ellos. El Espíritu Dorado envió su palabra de que pediría a los espíritus de los pastos, que hicieran uno para cada valiente y generosa madre de la familia de los Kanguroos.

El Koala y el arcoiris (australiana)

Ha estado lloviendo por días , semanas meses y años. El agua corre cerro abajo , formando arrollos y ríos que fluyen a través de las planicies, llenando los hoyos de agua. El agua sube imperceptiblemente, golpeando gentilmente a los pies de los cerros.
Como una profunda depresión llena de agua, crecieron en vastos océanos, las áreas de terrenos disminuidas y divididas en muchas islas. Grupos de animales y hombres eran divididos el uno del otro por redondeados mares. En una isla muy distante del continente que ahora es llamada Australia, donde los hombres eran muy diestros lanzadores del boomerang ellos podían partir una pequeña piedra en cientos de pedazos o más, echar por tierra al pájaro mas veloz en vuelo, y enviar sus boomerang tan lejos que se perdían de vista antes de volver a quien lo había tirado. Ellos gustaban de realizar competencias de habilidad en mostrar cuan lejos o cuan exacto ellos podían maniobrar sus armas. Entre ellos había uno que se destacaba por su fuerza y por su alarde. A menudo se le escuchaba decir:
- Si yo deseara podría lanzar mi boomerang desde acá a la isla mas distante de todas las islas. - Y si tú pudieras hacer eso, como podrías saber si has tenido éxito?, preguntó uno de los hombres menos creyentes. - La respuesta es simple, respondió el hombre fornido. ¿Que sucede cuando se lanza el boomerang? Regresa a quien lo lanzó por supuesto. - Que sucede si el boomerang golpea un árbol o una roca? El boomerang permanece ahí especialmente si se rompe. - Tú has respondido tu pregunta, dijo el hombre fornido con una sonrisa burlona. Si yo lanzara mi boomerang tan lejos como la isla mas lejana y fallara en volver, entonces tú sabrás que no he tenido éxito. No crees?, pregunto. - Si supongo que sí, pero que sacamos con hablar de esto, a menos que realmente lo hagas? - Muy bien, dijo el fornido hombre. Observa. Eligió un boomerang muy bien balanceado. Dándole vuelta alrededor de su cabeza varias veces, le soltó. El arma salió desde su mano tan rápido que sólo algunos pudieron ver como aceleraba a través del océano. Expectativamente
los observadores esperaron, pero en la medida que pasaban la horas y no había señal de regreso, incluso el viejo no creyente estuvo obligado a reconocer que podría haber aterrizado en una isla distante. - Pero hay otra posibilidad!, dijo molesto por la forma que el hombre fornido se había inflado, ganando miradas de admiración de las mujeres. Puede que haya aterrizado en el mar. - No mi boomerang, gritó el hombre fornido. Podría acortar su camino de regreso a mi, a través del mar, si no hubiese alcanzado a llegar a la isla. Tú estas celoso de mi habilidad viejo. - Hay una sola manera que podamos saber con certeza, fue la respuesta. Alguien debe ir allá para ver que se puede encontrar. - Yo sé como lo podemos hacer! El viejo le miro desaprobándole. - Hemos escuchado mucho de ti hasta ahora, regañó. Sería mucho mejor si te comes la comida que te han dado como a los otros niños. He visto como escupes comida de tu boca, comida que es buena para ti tanto como para comerla. - Eso es porque nadie nunca me ha traído un Koala para comerlo. Eso es lo que mas me gusta. - Como puedes saber tú que es lo que más te gusta si nunca lo has probado? - Como puedes saber tu que hay una isla allá muy lejos sobre el mar si tu nunca la has visto?, preguntó el niño pícaramente. - Porque yo sé que esta ahí. Es parte de lo que los hombres que han vivido y muerto antes de que yo naciera, respondió el viejo. - Espero que a ellos les gustará la carne de Koala también, dijo el niño. El esposo de mi hermana atrapó uno esta mañana. Ahí esta detrás de ese árbol. El viejo cogió el animal y se lo tiró al joven, botándole. Tomando con el mismo arrebato el cuerpo del koala y corrió con el a la playa. Sacando el cuchillo del cinturón que llevaba, cortó el estomago y sacó los intestinos. Poniendo la punta en su boca sopló en ellos hasta que se hincharon en un largo tubo que alcanzaba el cielo. Y continuó soplando el tubo se dobló como un arco mágico y su final mas allá de la curva que da el océano. - Que estás haciendo ?, preguntó el viejo. Si tú quieres realmente probar la carne de koala, llévaselo a tu mamá y ella lo cocinara para ti.
- No!, exclamó el cuñado del niño. Mira lo que el ha hecho. El ha hecho un puente a la isla más allá del mar. Ahora podemos cruzarla y encontrar donde el boomerang ha aterrizado. Por seguro será un lugar mejor que el que estamos viviendo ahora. El puso sus pies en el puente de intestinos y comenzó a escalar el arco. Le siguió el niño luego el tío de su mamá, su papá y mamá, sus tías y hermanos y hermanas. Viendo que todos estaban subiendo al puente, el viejo les siguió también . La travesía duró muchos días, días sin comida y el quemante calor del sol, pero eventualmente llegaron al término de la escalada. Se deslizaron por el lado mas lejano del arco y se encontraron en la isla lejana. Era un buen lugar. El pasto era más verde que en su propia tierra, sombreado por eucaliptos, con frescas y claras aguas que ellos no habían visto o probado. Y sin saberlo porque esas tierras a las cuales habían ido era la costa este de Australia. Cuando toda le gente de la tribu estaba ahí, dejaron que el puente del arco se fuera. El sol brilló en él volviéndose en muchos resplandecientes colores que formaron el arco iris que ha sido siempre visto por el hombre. Y como ellos observaban los brillantes colores el arco iris lentamente desaparecía. El niño se volvió un Koala y su cuñado en un gato nativo. Aunque los otros hombres de la tribu permanecieron sin cambios, ellos se repartieron en un numero de grupos, cada uno con sus propios totems, y se marcharon a varias partes de la isla continente. Y así fue como otro viejo, muchas generaciones después que el primer aborigen tardó en venir desde otra isla y llegó a ser el progenitor de varias tribus que ocuparon el nuevo territorio.

El boomerang (Australiano)

Una noche, algunos aborígenes estaban sentados cerca de un arroyo. y miraban brillar la Luna nueva en el cielo. - Oh! La luna se parece exactamente a un boomerang, exclamó uno de los niños
Hace mucho tiempo atrás en el mundo, antes que el hombre fuera como es ahora, Byamee, el gran espíritu, escuchó al kanguroo, al águila el emu y al Koala conversando juntos. Los animales en esos remotos tiempos pasados eran mucho más veloces y fuertes de lo que son hora, y cada uno de ellos empezó a pensar que eran tan poderosos como el propio Byamee.
Byamee organizó una competencia invitando a todos a participar en ella. Y el mismo sería el último. Al kanguroo le tocó el primer turno. El dio un inmenso salto y paso por sobre el árbol más alto. Entonces el águila expandiendo sus grandes alas voló tan alto que solo Byamee podía verle. El próximo fue el Emu. Estiró sus tremendas piernas y corrió tan rápido, que solo un delicado ojo podía seguirle. Vino entonces el turno del Koala. Escaló hasta la punta del más alto eucalipto, manteniéndose firme con sus pequeñas garras. Cuando cada uno de ellos hizo lo mejor posible, esperaron ansiosos para ver que Byamee podría hacer. Ellos le vieron ir hacia el fuego y cuidadosamente elegir el boomerang mas largo a su alcance.
Lo tomó firmemente en su mano por un momento, y entonces lo tiró con tal fuerza que llegó al cielo y ahí permaneció . Byamee fue el más grande entre todos ellos. Y así es como la luna llegó al cielo".

El gallo y la gallina (Sueco)

Un gallo y una gallina salieron un día a coger nueces. Al gallo se le quedaron
atascadas dos nueces en la garganta, así que corría el riesgo de ahogarse. La
gallina corrió hacia una fuente y dijo:
— ¡Querida fuente, dame agua! El agua es para el gallo, que se está ahogando.
La fuente contestó:
—Vete al tilo y tráeme hojas
La gallina corrió hacia el tilo y dijo:
— ¡Querido tilo, dame hojas! Las hojas se las daré a la fuente, la fuente me dará
agua y el agua se la daré al gallo, que se está ahogando.
Pero el tilo respondió:
—Ve a la doncella y tráeme una cinta.
Entonces la gallina corrió hacia la doncella y le dijo:
—Querida doncella, dame una cinta! La cinta se la daré al tilo, el tilo me dará hojas,
las hojas se las daré a la fuente, la fuente me dará agua y el agua se la daré al
gallo, que se está ahogando.
Pero la doncella dijo:
—Ve al zapatero y tráeme unos zapatos.
Entonces la gallina corrió hacia el zapatero y le dijo:
—Querido zapatero, dame unos zapatos! Los zapatos se los daré a la doncella, la
doncella me dará una cinta, la cinta se la daré al tilo, el tilo me dará hojas, las
hojas se las daré a la fuente, la fuente me dará agua y el agua se la daré al gallo,
que se está ahogando.
—Ve a la puerca y tráeme unas cerdas —dijo el zapatero.
La gallina corrió hacia allí y dijo:
—Querida puerca, dame unas cerdas! Las cerdas se las daré al zapatero, el
zapatero me dará unos zapatos, los zapatos se los daré a la doncella, la doncella
me dará una cinta, la cinta se la daré al tilo, el tilo me dará hojas, las hojas se las
daré a la fuente, la fuente me dará agua y el agua se la daré al gallo, que se está
ahogando.
—Ve al granero y tráeme paja! -dijo la puerca.
Entonces la gallina fue allí y dijo:
—Querido granero, dame paja! La paja se la daré a la puerca, la puerca me dará
unas cerdas, las cerdas se las daré al zapatero, el zapatero me dará unos zapatos,
los zapatos se los daré a la doncella, la doncella me dará una cinta, la cinta se la
daré al tilo, el tilo me dará hojas, las hojas se las daré a la fuente, la fuente me
dará agua y el agua se la daré al gallo, que se está ahogando.
—Bueno, ahí tienes algo de paja -dijo el granero.
Y entonces la puerca le dio unas cerdas y el zapatero le dio unos zapatos y la
doncella le dio una cinta y el tilo le dio hojas y la fuente le dio agua. Pero cuando la
gallina llegó donde estaba el gallo, éste ya estaba muerto, así que tuvo que
beberse ella toda el agua.
Recopilado en Diederich, Ulf. El palacio de los cuentos (Enero), Círculo de Lectores, Barcelona (1995).

Las dos hijas del Rey (Cuento hindu)

Había una vez un poderoso rey que gobernaba un país muy rico. El Rey tenía dos hijas, la mayor era muy inteligente. La menor era muy sincera.
El rey se sentía tan orgulloso de ellas y tanto las quería que las consideraba el tesoro más preciado de todo su reino.
Un día, picado por la curiosidad, quiso saber si él era correspondido por ellas y las mandó llamar a la gran sala del palacio.
Momotaj y Nurjahan acudieron presurosas, y algo preocupadas. Pues no era muy habitual que el rey, su padre, las llamara a presentarse en la sala que normalmente utilizaba para importantes asuntos de estado.
Una vez ante él, se inclinaron respetuosamente y dijeron:
—Aquí estamos, padre ¿Cuál es el motivo por el que nos has mandado llamar?
El rey al verlas tan hermosas, se llenó de orgullo. Y al contemplar sus rostros preocupados, sonrió de manera tranquilizadora.
—No temáis, hijas mías —dijo—. Sólo quiero haceros una pregunta.
—Dinos, amado padre —comentó Momotaj, la mayor—. ¿Qué pregunta es ésa? Trataré de responderla con toda la cultura que me habéis enseñado
—Y yo —añadió Nurjahan, la menor— intentaré responderos con la sinceridad que me habéis inculcado.
El rey Omar, complacido, se rió abiertamente.
Al cabo de un rato, dirigiéndose a la mayor, preguntó:
—Momotaj, dime, ¿cuánto me quieres?
La hija mayor, sorprendida, pensó rápidamente en algo que pudiera complacer a su poderoso padre. Y como era muy lista, recordó que al rey lo que más le gustaba de este mundo eran los dulces, que siempre deseaba comer más y más cosas dulces, y supo que ésta era la respuesta.
- Y, Momotaj, con voz firme, dijo:
—Padre mío, yo os quiero como a los dulces.
El rey al oír su respuesta, se puso muy contento pues, como sabemos, los dulces eran muy importantes para él y los apreciaba mucho.
Satisfecho, preguntó a continuación a su hija pequeña:
—Y tú, Nuijahan, dime, ¿cuánto me quieres?
La hija menor del rey no tardó ni un segundo en contestar. Abrió su corazón y, con toda sinceridad, dijo:
—Padre mío, yo os quiero como a la sal.
El rey Omar de repente, alteró la expresión de su rostro y, muy enfadado, exclamó:
— ¡Hija desagradecida! ¿Me quieres como a la sal, una cosa insignificante que no me gusta ni a mí ni a nadie de mi reino?
Nuijahan, temblorosa por la ira que demostraban las palabras del rey, titubeó un instante antes de responder. Sin embargo, como ella consideraba la sal algo muy valioso, decidió mantener su respuesta.
Y, con todo el valor que consiguió reunir, dijo en voz muy baja:
—Sí, padre. Os quiero como a la sal.
El rey estallando de cólera, llamó a sus soldados a gritos.
—¡Qué venga mi guardia personal de inmediato!
Los aguerridos soldados acudieron obedientes en un abrir y cerrar de ojos y rodearon a las dos princesas mientras Nuijahan miraba asusta da a su hermana mayor.
Entonces, el rey Omar, señalando a la hija menor, dijo furioso
—Llevaos a esta hija mía tan desagradecida de mi presencia y dejadla en un bosque para que viva abandonada el resto de sus días.
—¡Padre! —Sollozó Nurjahan al borde del desmayo.
Pero el rey Omar, sin hacer caso de sus lágrimas, se mantuvo inflexible en su castigo y los soldados se llevaron a rastras a la pobre princesa Nurjahan que lloraba desconsoladamente.
Una vez fuera de palacio, los soldados cabalgaron hasta un bosque perdido en los confines del reino. Y allí, cerca de una tenebrosa cueva, abandonaron a la menor de las dos princesas y emprendieron el camino de regreso a palacio.
Triste y desvalida, Nurjahan se quedó sola.
Pasó un día, pasaron dos… y la princesa, sin comer, pues no tenía casi fuerzas, sintió que un oscuro porvenir le aguardaba sino reaccionaba pronto. Entonces, decidida no dejarse abatir por la pena, comenzó a buscar alimento por el bosque. Así, poco apoco, fue encontrando fresas, cerezas, frutas muy dulces que, al comerlas, le fueron devolviendo las energías. Y luego, se dedicó a poner en condiciones la cueva. La limpió, se preparó una especie de lecho con las hojas de unos arbustos e hizo de manera para que le resultara lo más confortable posible.
Una noche, mientras Nurjahan intentaba dormir, un príncipe de otro país cruzaba el bosque a caballo con su séquito cuando, de pronto vio una luz brillante que salía de la cueva. Al acercarse, extrañado, comprobó que la luz era el reflejo de la luna sobre el vestido y las joyas que alguien había dejado colgadas en la entrada.
— ¿De quién será este vestido y esas joyas? —se preguntó el príncipe.
Mandó detener al cortejo y desmontó.
—Iré ahí dentro a ver a quién pertenecen —dijo.
—Tened cuidado, príncipe —advirtió uno de sus soldados.
Sin hacer mucho caso, el príncipe se dirigió a la cueva. Y al traspasar el umbral, descubrió durmiendo a la muchacha más bella que nunca habían contemplado sus ojos.
Tan extasiado estaba por la belleza de la muchacha que al príncipe se le escapó un suspiro de admiración y ella se despertó de golpe.
— ¿Quién sois? —preguntó asustada—. ¿Que queréis de mí?
—No temáis —la tranquilizó él.
Y comenzó a contarle quién era y cómo la había encontrado.
Nurjahan, con el corazón palpitando, pues ya se había enamorado del joven con la mirada más dulce que jamás había conocido, le explicó:
—Mi padre me abandonó en el bosque porque le hice una cosa mala.
— ¿Qué le hicisteis? —quiso saber el príncipe con el corazón también desbocado ya que sentía lo mismo que ella—. ¿Que cosa fue ésa?
Ella se lo contó sin decirle que su padre era un rey. Y el príncipe, que ya no era capaz de pensar en nada más que no fuera en Nurjahan, la convenció para que lo acompañara a su país. Y a su país se marcharon.
Al llegar, el príncipe Mahamud, que así se llamaba, corrió a presentársela a sus padres que se pusieron muy contentos al conocerla, ya que vieron que Nurjahan era una buena chica y que el príncipe estaba muy enamorado. Y la aceptaron de tan buen grado que la boda se celebró enseguida y por todo lo alto. Por el país entero corrió la alegría por la nueva pareja.
Y Nurjahan y Mahamud vivieron muy felices.
Un día, el rey Omar, que por entonces se sentía muy triste por haber perdido a la más pequeña de sus hijas, salió de caza. Y caminando, caminando, se fue alejando sin darse cuenta. Más tarde, agotado, quiso des cansar un poco cuando vio, a lo lejos, un palacio muy grande.
—Mira, mira —se dijo—. Es lo’mnico habitado que hay por aquí. Y se acercó al palacio para que le dieran algo de comer.
Se detuvo a las puertas y pidió que le ayudaran, les explicó que era el rey de otro país y que se había perdido.
La noticia llegó a oídos del rey Shajan, que era el padre del príncipe Mahamud, y accedió enseguida a prestarle ayuda permitiéndole la entrada. Luego, hizo que le acompañaran hasta sus estancias y que le dieran comida, bebida y alojamiento. Y mientras aguardaba, el rey Shajan llamó a la reina y a la princesa Nurjahan.
— ¡Venid a conocer a un rey de otro país! La reina acudió con rapidez.
Pero la princesa Nurjahan se quedó detrás de la puerta y, por una rendija atisbó dentro y vio que se trataba de su padre. Quieta, sintió alegría por verle de nuevo y desazón al recordar que había ordenado abandonarla.
Sin moverse, decidió no salir a enfrentarse con él. Entonces, el rey Shajan le dijo:
—Nurjahan, prepara la comida que invitaremos al rey Omar a nuestra mesa, pues está hambriento después de todo un día sin comer.
—Bueno —dijo Nuijahan—, yo prepararé la comida para él si eso es lo que deseáis.
—Sí, éstos son mis deseos —confirmó el rey Shajan.
—Pues así lo haré —obedeció la princesa.
Y se dispuso a preparar una comida donde todos los alimentos fueran dulces, muy dulces, ya que sabía que a su padre era así como le gustaba.
Luego, hizo que se la sirvieran. Y todos los platos eran dulces.
El rey Omar, hambriento después de todo un día sin comer, se puso muy alegre al probar la abundante comida. Y tanto dulce le encantó.
Al día siguiente, el desayuno, que también se lo había preparado su hija Nurjahan, era muy dulce, pero muy, muy dulce.
Y el rey Omar se lo comió disfrutando como un chiquillo.
Y al mediodía, la comida también era muy, muy dulce.
Y la cena.
Pasaron dos días, tres. Y los platos eran siempre dulces, muy dulces.
Entonces, el cuarto día, al ver que la comida volvía a ser dulce, muy dulce, el rey Omar se dijo que ya estaba cansado de comer tanto dulce, que ya no podía más, y deseó marcharse a su país.
Sin pérdida de tiempo, le comunicó sus deseos al rey Shajan.
—No, no —dijo el rey Shajan—, no os podéis marchar. Tenéis que quedaros siete días con siete noches en mi palacio. Es la tradición. Y si no lo hacéis así, la mala suerte se abatirá sobre nosotros diez años.
¿Acaso es esto lo que pretendéis? ¿No sería lo mismo que declararnos la guerra? Pensad: ahora somos amigos y nuestros países necesitan nuestra amistad. ¿Queréis cambiar las cosas?
El rey Omar se quedó pensativo. Lo último que necesitaba su país era una guerra. Pero estaba harto de tanto dulce ¡Y claro, no le podía decir al rey Shajan la verdad para no ofenderle. Estaba atrapado!
— ¿Qué. no os gustan nuestros manjares? —preguntó el rey Shajan.
—No, no es eso. Todos son excelentes —dijo el rey Omar muy a su pesar—. La comida es propia de un gran rey, muy buena.
Y aunque aborrecía ya todo lo dulce, decidió callar y permanecer en el palacio con tal de no provocar males mayores.
Pasaron tres días más y, cada vez que le servían la comida, al ver el dulce en todos y cada uno de los platos se le removían las tripas y se sentía incapaz de dar bocado. Se limitaba a dejarla tal y como se la presentaban, sin probarla, diciendo que no tenía hambre y sin atreverse a pedir otro tipo de alimentos por temor a ofender al rey Shajan.
El séptimo día, el que por fin iba a ser el último, la princesa Nurjahan hizo otro tipo de comida para la velada de despedida del rey Omar. Esta vez preparó una normal, de diferentes sabores, todos exquisitos y variados, abundantes y deliciosos. Y claro, el rey Omar, que llevaba tres días sin comer, comió de todo con mucho apetito y descubrió una gama de sabores que hasta ese momento desconocía y lo muy buenos que podían resultar.
Escondida detrás de la puerta, la princesa Nurjahan observó a su padre comiendo y cómo disfrutaba con los nuevos platos.
Al acabar, el rey Omar preguntó al rey Shajan:
— ¿Ha preparado esta comida tan sabrosa?
—Mi nuera —respondió el rey Shajan—, la mujer de mi hijo Mahamud. Ella ha sido quien os ha preparado esta comida y también la anterior, la dulce.
— ¡Sí! —Exclamó el rey Omar—. ¡Pues hacía muchos años que no probaba comida tan deliciosa y rica! Desearía conocer a vuestra nuera.
El rey Shajan, halagado por el entusiasmo de su invitado, llamó a la princesa Nurjahan y le dijo:
— Aquí, que te presentaré a un rey amigo que desea conocerte.
La princesa salió de detrás de la puerta y entró en la sala. Fue hasta la mesa donde estaban sentados los dos reyes e inclinó la cabeza. Luego, con serena cortesía, saludó a su padre.
—Mis saludos, rey Omar —dijo ella.
—Así que eres tú la gran cocinera —dijo su padre sin reconocerla. Había pasado mucho tiempo y la princesa estaba muy cambiada. Luego añadió: pues la comida ha sido excelente, la más rica que he probado.
—Gracias, ya he visto cómo la habéis disfrutado con gran apetito.
—Sí, sí —murmuró el rey Omar deseando que nadie m hubiera notado el hambre con que había comido—. Me lo ha despertado tu talento para combinar los sabores. Jamás había probado nada igual.
Entonces, la princesa Nurjahan, aclarándose la garganta, dijo:
—Padre, todavía os quiero como a la sal.
En el rostro del rey Omar se dibujó la más absoluta de las sorpresas.
—Preguntó con asombro— ¿Qué dices?
—Padre, soy vuestra hija menor, la princesa Nurjahan —declaró—. Y todavía os quiero.
De pronto, el rey la reconoció y, levantándose de un salto, corrió a estrecharla entre sus brazos, pues durante todo ese tiempo no había pasado ni un solo día sin echarla de menos. Arrepentido de su acción, la abrazó emocionado mientras se daba cuenta del error cometido: que el secreto de la felicidad no reside en una sola cosa sino en el equilibrio de varias diferentes.

Todo es para bien! (Cuento hindu)

El ciego y el jorobado eran dos de las personas más pobres del lugar, pero como eran muy buenos amigos, compartían casa para no tener tantos gastos. Y, con el tiempo, acabaron por complementarse de maravilla. Cuando salían a pasear, por ejemplo, el jorobado guiaba al ciego y el de- go ayudaba a caminar al jorobado. Y lo mismo sucedía en casa. Mientras el jorobado hacía collares y pulseras artesanales que luego vendía en la parada del mercado, el ciego se encargaba de todos los trabajos de la casa: limpiaba, lavaba la ropa, cocinaba y todo lo demás.
Así vivieron unos cuantos años. El jorobado iba ahorrando lo que ganaba con sus ventas y el ciego iba manteniendo la casa limpia y ordenada. Se puede decir que los dos amigos convivían en perfecta armonía.
Pero un día el jorobado pensó: ”Estoy envejeciendo, no podré trabajar mucho más. Pierdo la vista y mis dedos no son tan ágiles como antes”.
Y entonces se preguntó: “¿Qué voy a hacer con el dinero que he ahorrado en todos estos años? ¿Por qué tengo que compartirlo con el ciego si he sido yo quien lo ha ganado? Este dinero tendría que ser sólo para mí. Aunque también es verdad que el ciego es amigo mío y por eso debería compartirlo con él... No sé qué hacer...”.
El jorobado no paraba de darle vueltas y vueltas al tema.
Hasta que una tarde, al llegar a casa, le dijo al ciego;
—Viniendo hacia aquí he pasado por el mercado y he comprado un pescado fresquísimo. Pero resulta que me ha salido un compromiso de última hora y mañana no podré quedarme a comer. Aunque eso no es problema, amigo mío, ya que puedes comértelo tu, que a mí lo que me hace feliz es saber que serás tú quien lo va a disfrutar.
—Caramba, muchas gracias —le respondió el ciego—. Me lo cocinaré con verduritas a la cazuela mañana para comer.
Al día siguiente, el ciego se levantó de muy buen humor. No pasaba todos los días que uno podía comer un buen pescado. Dedicó la mañana a hacer las tareas domésticas y, hacia el mediodía, comenzó a prepararlo.
Lo primero que hizo fue ponerla olla al fuego, luego tiró un chorrito de aceite y después unas cuantas verduritas del huerto. Y esperó un poco a que estuvieran bien doraditas antes de poner el pescado.
— ¡Esto va a estar de rechupete! —exclamó mientras dejaba la olla al fuego haciendo chup-chup.
Pero pocos minutos después, cuando estaba poniendo la mesa, el ciego empezó a notar un olor realmente extraño.
— ¿Qué es este olor tan raro? —Se preguntó mientras intentaba localizarlo abriendo y cerrando las aletas de la nariz—. ¿De dónde vendrá?
El ciego metió las narices por todos los rincones de la casa sin acabar de localizarlo. Mientras, dolor se hacía cada vez más insoportable.
Tras recorrer todas las habitaciones, el ciego entró en la cocina y comprobó con sorpresa que el mal olor salía del interior de la casuela.
— ¿Qué cosa más rara? —Dijo toda vez que ponía la nariz justo encima de la olla—. Sí, sí, no hay duda, el olor sale de aquí
El ciego acercó la nariz cada vez más sin poder ver que la cazuela soltaba una espesa humareda. Y tanto la acercó que acabó por entrarle en los ojos. ¡Bueno, no veas cómo picaba! Al pobre hombre le caían mejillas abajo unos lagrimones enormes. Pero lo que nunca se pudo imaginar es que, cuando logró abrirlos de nuevo, sus ojos volvían a ver.
— ¡Veo!—gritaba loco de alegría.
Ya lo creo que podía ver. Aunque lo primero que vio no le gustó nada; descubrió que dentro de la cazuela no había pescado fresco sino que lo que había eran serpientes venenosas.
Inmediatamente se dio cuenta de todo: el jorobado había intentado envenenarle. Pero pensó que también había conseguido hacerle un gran bien ayudándole a recuperar la visión.
— ¿Y ahora qué hago? —se preguntó—. Porque es cierto que el jorobado ha intentado matarme, pero también es cierto que gracias a ello mis ojos pueden volver a ver.
Al final pudo más el enfado que la alegría y el ciego decidió vengarse. Pilló el bastón más grueso que tenía y se escondió en el rincón más oscuro a la espera de que el jorobado regresara a casa.
El jorobado llegó cuando ya ende noche. Abrió la puerta y entró en la casa con pies de plomo, ya que no sabía qué se iba a encontrar.
— Hola, ¿hay alguien en casa? –preguntó cuando llegó al comedor.
Al oírlo, el ciego abandonó su escondite y le pegó tal bastonazo en la espalda que el jorobado se puso recto de repente.
— ¡Mi joroba ha desaparecido!—exclamó llorando de alegría—. ¡Mi espalda está recta ¡Gracias, gracias!
Los dos amigos habían intentado hacerse daño el uno al otro; pero lo único que habían conseguido era hacerse un favor mutuamente. El ciego había recuperado la vista y el jorobado había perdido la joroba.
Aquella misma madrugada, los dos amigos se sinceraran explicándose todos sus sentimientos. Se pidieron perdón una y mil veces prometiéndose que nunca más intentarían hacerse daño, Y así fue cómo el ciego y el jorobado siguieron viviendo juntos en aquella casa hasta el fin de sus días. Pero lo más importante que consiguieron es que su amistad fuera más fuerte cada día.

El encantador de serpientes (Cuento Hindu)

Raj vivía en una casita blanca cerca del río Ganges con su esposa, Akba. Eran muy podres, pero felices. Raj se ganaba la vida de encantador de serpientes. Todas las mañanas caminaba a la plaza del pueblo con su flauta, su esterilla y la serpiente venenosa en una vasija. Al llegar, desenrollaba la esterilla, se sentaba, destapaba la vasija y empezaba a tocar la flauta.
Las gentes se acercaban a mirar. La serpiente iba sacando lentamente la cabeza de la vasija, contoneándose al ritmo de la música. Como sabían que era una serpiente muy venenosa, siempre echaban monedas sin acercarse demasiado.
Al caer la tarde Raj dejaba de tocar. La serpiente desaparecía dentro de la vasija; Raj ponía la tapa, enrollaba la esterilla y, con la flauta bajo el brazo, regresaba a su casa.
Una noche, después de cenar, Raj le dijo a su esposa: “Akba, mañana voy a ir a la ciudad; allí podré tener más público y ganar más dinero”.
Raj partió al amanecer. Llegó a la ciudad, se sentó en el mercado y empezó a tocar la flauta: al punto la serpiente salió de la vasija bailando al compás y un gran gentío se congregó a su alrededor. Entre risas y aplausos, le arrojaron montones de monedas de oro. Raj nunca había visto tanto dinero en su vida.
Al anochecer, Raj reunió todo el oro, recogió la vasija, la esterilla y la flauta, y corrió a casa.
No se dio cuenta que había tres ladrones observándole. “Ese encantador de serpientes tiene un montón de oro. Vamos a robárselo”, masculló uno de ellos. Y siguieron a Raj hasta su casa.
Raj mostró a Akba el oro que le habían dado en el mercado. Se puso contentísima: “¡Somos Ricos! Comeremos en abundancia y podremos comprarnos ropas nuevas”, exclamando abrazando a Raj. Después metió el oro en una gran vasija: “Mañana buscaremos un sitio seguro para esconderlo”, dijo sin darse cuenta de que los tres ladrones la espiaban desde la ventana.
Aquella noche, cuando ya se habían acostado, Akba oyó un ruido fuera de casa. “¿Qué ha sido eso Raj?”, preguntó alarmada. “Será un perro callejero, duérmete”, contestó Raj entre bostezos. “Estoy
preocupada por el oro”, dijo Akba. Se levantó de la cama y recogió la vasija de oro. Pero al ver la vasija de la serpiente, pensó: “Esta es igual de valiosa, gracias a la serpiente hemos ganado todo ese oro”, y subió ambas al desván, pensando que allí estarían más seguras. Luego regresó a la cama y se quedó dormida.
Fuera, los ladrones cuchicheaban entre ellos. “Esa tonta ha puesto el oro en el desván”, dijo uno de ellos. “Tendremos que subirnos unos a los hombros de los otros para llegar a la ventana”, dijo otro. “Yo soy el más pequeño. Me subiré encima de los otros dos, me colaré por la ventana y os pasaré la vasija”. Intentando hacer el menor ruido posible, los ladrones llevaron a cabo su plan. El ladrón más pequeño se apoderó de la vasija, y todos se apresuraron a regresar a su guarida.
“¡Somos ricos, somos ricos!”, celebraban dando brincos. Uno de ellos levantó la tapa de la vasija para mirar el dinero, pero en lugar de oro se encontró una serpiente venenosa.
“¡Sálvese quien pueda!”, gritó. Los tres ladrones se asustaron tanto que salieron disparados de su guarida, camino del bosque, y nunca más se los volvió a ver.
A la mañana siguiente, Raj subió las escaleras para llevar de nuevo la serpiente a la ciudad. “Aquí sólo hay una vasija”, dijo llamando a Akba. “Alguien ha debido montar la otra”. Akba levantó la tapa de la vasija y miró dentro. Estaba lleno de oro. “¡Han robado la vasija equivocada, vaya sorpresa se van a llevar!”, rió Akba.
Raj desenrolló la esterilla fuera de la casa, se sentó y empezó a tocar la flauta. Al poco rato, la serpiente se acercó zigzagueando. Raj la recogió y la metió en la vasija, todo listo para una jornada

La pequeña luciérnaga. (Cuento de Tailandia)

Había una vez una comunidad de luciérnagas que vivía en el interior del tronco de un altísimo lampati, uno de los árboles más majestuosos y viejos de Tailandia. Cada anochecer, cuando todo se quedaba a oscuras y en silencio y sólo se oía el murmullo del cercano río, todas las luciérnagas abandonaban el árbol pan llenar el cielo de destellos. Jugaban a hacer figuras con sus luces bailando en el aire para crear un sinfín de centelleos luminosos más brillantes y espectaculares que los de un castillo de fuegos artificiales.
Pero entre todas las luciérnagas que habitaban en el lampati, había una muy pequeñita a la que no le gustaba salir a volar.
—No, no, hoy tampoco quiero salir a volar —decía todos los días la pequeña luciérnaga—. Id vosotros que yo estoy muy bien en casita.
Tanto sus abuelos, como sus padres, hermanos y amigos, esperaban con ansiedad a que llegara la noche para salir de casa y brillar en la oscuridad. Se lo pasaban tan bien que no comprendían cómo la pequeña luciérnaga no les acompañaba nunca. Le insistían una y otra vez para que fuera con ellas a volar, pero no había manera de convencerla. La pequeña luciérnaga siempre se negaba.
— ¡Qué no quiero salir a volar! —Repetía la pequeña luciérnaga—. ¡Mira que sois pesados, eh!
Toda la comunidad de luciérnagas estaba muy preocupada por la actitud de la pequeña.
—Hemos de hacer algo con esta hija —decía su madre angustiada—. No puede ser que la pequeña no quiera salir nunca de casa.
—No te preocupes, mujer —añadía su padre intentando calmarla—. Ya verás como todo se arregla y cualquier día de éstos sale a volar con nosotros:
Pero pasaban los días y la pequeña luciérnaga seguía encerrada sin salir de casa.
Un anochecer, cuando todas las luciérnagas habían salido a volar, la abuela luciérnaga se acercó a la pequeña y le preguntó con toda la delicadeza del mundo:
— ¿Qué te sucede, mi pequeña niña? ¿Por qué nunca quieres salir de casa? ¿Cuál es la razón por la que nunca quieres venir a volar e iluminar la noche con nosotros?
— No me gusta volar —respondió la pequeña luciérnaga.
—Pero ¿por qué no te gusta volar ni mostrar tu luz? —insistió la abuela.
—Pues. —Explicó por fin la pequeña luciérnaga—, para qué he de salir si con la luz que tengo nunca podré brillar como la luna. La luna es grande y brillante y yo a su lado no soy nada. Soy tan pequeñita que a su lado no soy más que una ridícula chispita. Por eso nunca quiero salir de casa y volar, porque nunca brillaré como la luna.
La abuela escuchó con atención las razones que le dio la pequeña l ciénaga.
—¡Ay, mi niña! —Dijo con una sonrisa—. Hay una cosa de la luna que has de saber y que, por lo visto, desconoces. Y lo sabrías si al menos salieras de casa de vez en cuando. Pero como no es así, pues, claro, no lo sabes.
— ¿Qué es lo que debo saber de la luna y que no sé? —preguntó la pequeña luciérnaga presa de la curiosidad.
—Has de saber que la luna no tiene la misma luz todas las noches —Respondió la abuela—. La luna es tan variable que cambia todos los días. Hay noches en que está radiante, redonda como una pelota brillando desde lo más alto del cielo. Pero, en cambio, hay otros días en que se esconde, su brillo desaparece y deja al mundo sumido en la más profunda oscuridad.


— ¿De veras que hay noches en que se esconde la luna? —se sorprendió la pequeña.
— ¡Que sí, mi niña! —continuó explicando la abuela—. La luna cambia constantemente. Hay veces que crece y otras que se hace pequeña. Hay noches en que es enorme, de un color rojo, y otros días en que se hace invisible y desaparece entre las sombras o detrás de las nubes. La luna cambia constantemente y no siempre brilla con la misma intensidad. En cambio tú, pequeña luciérnaga, siempre brillarás con la misma fuerza y siempre lo harás con tu propia luz.
La pequeña luciérnaga se quedó asombrada ante las explicaciones de la abuela. Nunca se habría podido imaginar que la luna fuera tan variable que brillaba o que se apagaba según los días. Ya partir de entonces, la pequeña luciérnaga salió cada noche del interior del gran lampati para salir a volar con su familia y sus amigos. Y así fue cómo la pequeña luciérnaga aprendió que cada uno ha de brillar con su propia luz.

Una bolsa repleta de cuentos (Cuento de Camboya)

“Cuéntame otro cuento, por favor”, suplicó Lom. “No ya es hora de dormir”,
contestó su anciano criado. Así que el pequeño se acurrucó en la cama y pensando
en la historia que acaba de escuchar.
Desde que Lom era muy niño, el viejo criado le contaba cada noche historias
maravillosas: cuentos sobre enormes gigantes y poderosos magos, tigres feroces y
sabios elefantes, emperadores opulentos y hermosas princesas. Cada noche tocaba
una historia nueva, y a Lom le encantaba escucharlas. Sabía que el criado había
oído los cuentos de labios de su madre, su abuela, su bisabuela, y que eran
historias muy antiguas.
Lom solía alardear delante de sus amigos de saberse muchos cuentos. “¿Por qué no
nos cuenta uno?”, le pedían una y otra vez. “No –gritaba Lom-, son míos, y no se
los contaré a nadie”.
Todo el mundo sabe que los cuentos están para ser contados, pero como Lom no
los compartía con nadie, se iban quedando aprisionados en una vieja bolsa, colgada
en su habitación.
Lom siguió creciendo, acompañado por los cuentos que el viejo criado le contaba
cada noche, y se convirtió en un apuesto joven. Decidió casarse con una bonita
joven de un pueblo vecino. La noche antes de la boda, el viejo criado oyó unos
extraños murmullos en la habitación de Lom. ¿Qué será eso?”, refunfuño, y se puso
a escuchar atentamente.
Los murmullos venía de la vieja bolsa. Eran los cuentos, que charlaban entre sí
lamentándose: “Mañana se casa y por su culpa nos quedamos aquí apretujados”.
“Debió dejarnos salir”, se quejó otro cuento. “Le haremos pagarlo claro”, gritó un
tercero. “Tengo un plan”. Dijo el primer cuento. “Cuando vaya mañana al pueblo
para la boda le entrará sed. Me convertiré en pozo y, cuando beba agua, le entrará
un dolor de estómago terrible”.
“Por si el plan no funciona, yo me convertiré en sandía. Cuando se la coma, sufrirá
un dolor de cabeza espantoso”, dijo el segundo cuento.
“Yo me convertiré en serpiente y le morderé”, dijo el tercero. “Sentirá un dolor
insoportable en la pierna.” Y los cuentos se rieron cruelmente tramando su
venganza.
El viejo sirviente se quedó horrorizado. “¿Qué hago?”, se preguntó. “Tengo que
evitarlo”. El criado pasó toda la noche entera pensando como salvar al joven.
Por la mañana, cuando Lom se disponía a partir en su caballo al pueblo vecino, el
criado salió apresuradamente y agarró las bridas del animal. Guió al animal por las
colinas hasta llegar a un pozo.
“¡Alto! – gritó Lom-, tengo sed”, pero el anciano hizo seguir al caballo sin detenerse
en el pozo. Al poco llegaron a sembrado repleto de sandias. “¡Para!, gritó Lom.
“Estoy muerto de sed. Quiero una sandía”. El criado no quiso detenerse y siguieron
adelante.
Llegaron al pueblo y durante la boda el criado se pasó todo el tiempo mirando por
todas partes, pero no vio ninguna serpiente.
Al anochecer, los novios se dirigieron a su casa. Los vecinos habían cubierto todo el
suelo de la casa de alfombras.
De repente, el viejo criado entró corriendo en los aposentos de los novios. “¿Cómo
te atreves a entrar aquí de ese modo?”
El viejo criado levantó la alfombra y dejó al descubierto una serpiente venenosa. La
cogió por la cabeza y la tiró por la ventana. “¿Cómo sabías que estaba ahí?”,
preguntó Lom asustado.
El criado le habló de los cuentos apretujados en la bolsa y de sus planes de
venganza por haberlos olvidado y no compartirlos con nadie.
Desde aquel día Lom empezó a contarle los cuentos a su mujer. Uno por uno,
fueron saliendo todos los cuentos de la bolsa con gran alegría.
Año más tardes, Lom se los contó a sus hijos, y a su vez, ellos se los contaron a los
suyos.
Hoy en día se siguen contando. Lo sé muy bien, porque yo también los he
escuchado y porque yo uno de esos cuentos apretujados en la bolsa.

El Búho (cuento del Sahara)

Había una vez un hombre saharaui que, como era costumbre, llevaba su rebaño
para venderlo en el zoco junto con otros pastores. Viajaban juntos, pero como el
rebaño de este hombre era muy grande, avanzaban despacio. Un día sus
compañeros de viaje le dijeron:
—Mientras lleves tantos corderos no podremos viajar juntos, no llegaremos nunca.
Cogió su camello y su rebaño y se fue. Anduvo y anduvo hasta que llegó a un lugar
que no estaba muy lejos de donde había partido. Atardecía ya y apareció un búho
gritando y saltando a su alrededor y el hombre le dijo:
— ¿Quieres comprarme estos corderos?
El búho dio un grito y se calló.
— ¿A qué precio los vas a comprar?
El búho respondió con otro grito.
—De acuerdo, te los vendo por este precio. De nuevo el búho contestó con un grito.
—Vendré a verte dentro de un mes.
Dio un grito por última vez y el búho se alejó volando. El hombre pasó la noche allí
y al día siguiente regresó donde estaban sus amigos, quienes al verlo le
preguntaron:
— ¿Dónde está tu rebaño? ¿Qué has hecho con él?
—Se lo vendí todo a un búho que me encontré —explicó.
— ¿Qué? —insistieron sus sorprendidos amigos.
—Pues sí, se lo he vendido a un búho,
Los amigos no creyeron nada de lo que el hombre les contaba y decidieron ir en
busca del rebaño.
— ¿Dónde vais? —les preguntó—. No encontraréis nada, ya os he dicho que se lo
vendí a un búho.
Sus amigos no hicieron caso y fueron a buscar el rebaño.
Al llegar donde estaba el búho sólo vieron los huesos y la lana. No quedaba ni un
cordero vivo y regresaron.
El día en que se cumplía un mes de la venta, montó el hombre en su camello y
partió en busca del búho.
Lo encontró en el lugar acordado y le preguntó;
— ¿Has preparado lo que me debes?
El búho gritó y empezó a volar. El hombre salió cabalgando detrás de él. Cada vez
que lo alcanzaba, levantaba el vuelo y volvía a esperar que lo alcanzase. De este
modo llegaron ante una recóndita cueva y el búho penetró en ella. El hombre
descabalgó para seguirle y lo encontró posado encima de una piedra grande y
plana. Al acercarse vio por una rendija que debajo había una tinaja llena de
monedas de oro.
El hombre la cogió y el búho se marchó volando. Empezó a contar las monedas
hasta que reunió la cantidad acordada con el búho por el rebaño. Luego, volvió a
dejar la tinaja con el resto de las monedas debajo de la piedra y se marchó.
Al llegar junto a su familia, ésta se quedó sorprendida y quiso saber dónde estaba
la cueva. El hombre les dijo;
—Yo tengo el dinero que me debía el búho. Nunca os enseñaré el lugar donde lo
encontré.
Sin embargo, no le hicieron ningún caso y, movidos por la ambición, salieron en su
busca. Pero no encontraron ni rastro de la cueva ni de la tinaja.
— ¡Qué tontos habéis sido! —les recriminó—. Aunque removierais el cielo y la tierra
jamás encontraríais ese lugar.

(Cuento obtenido de http://kahani.animalec.com)

El pescador

Un hombre estaba de vacaciones en un pueblecito costero

cuando de repente vio aparecer la barca de un humilde pescador.

Al acercarse se fijo que la barca estaba repleta de atunes amarillos y

elogio la habilidad del pescado, sobre todo al conocer que habia empleado

tan poco tiempo en hacer su captura.

El visitante le pregunto queporque no le dedicaba mas tiempo, puesto que asi  duplicaria su captura y sus ganancias.

Pero el respondio que asi podia satisfacer las necesidades mas inmediatyas de su famila, no necesitaba mas.

¿Y que hace usted con el resto de su tiempo?- pregunto el visitante.

El pescador contesto, "Despues de faenar juego con mis hijos, duermo una siesta con mi esposa y al anochecer bajo a la taberna a tomar vino, tocar la guitarra y charlar con los amigos, como ve, tengo una vida ocupada y placentera-sonrio.

-Vera, yo soy empresario y mi consejo es que dedique mas tiempo a la pesca. Con ese dinero podra comprar un bote mejor y con el tiempo tener su propia flota pesquera con diferentes pescadores...

Para no perder dinero en intermediarios deberia venderlo directamente a la procesadora y c el tiempo podria tener su propia procesadora, pero deberia mudarse a la ciudad para atender mejor a sus empresas en expansion...-parloteaba el visitante

-¿Como cuanto deberia esperar para conseguir todo eso?- pregunto el pescador

-<unos 15 o 20 años y despues vender tus acciones y te harias tremendamente rico...

-¿Y despues que? - continuaba el pescador

-Pues puedes retirarte a un pueblecito tranquilo donde podras jugar con tus hijos, dormir siestas y pescar. Ademas de ir por las noches a la taberna a pasar el rato con los amigos y...

El pescador no le dejo terminar, se alejo camino a su casa con grandes carcajadas, su vida le esperaba.

Moraleja: Cuantos desperdician su vida buscando la felicidad que ya poseen y no son capaces de ver.

"Si lloras porque no ves e sol, tus lagrimas no te dejaran ver las estrellas

-

GTO "Principe rescata a Cenicienta"

Los aficionados al anime que conozcan esta serie (en mi otro blog www.destripando.com pudisteis leerr mi opinion sobre ella) se habran percatado de ese magnifico primer opening, "Driver High" y con suerte haber visto su segundo opening Hitori no yoru que hace referencia como veis a un sueño de Onizuka donde salva a una princesa secuestrada en el metro que se parece a....debereis ver la serie XD

Aqui os dejo una mas de mis ratos aburridos dando tumbos por youtube





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Kobutori Jiisan- Cuento Japonés

Hace mucho, mucho tiempo, vivía un anciano en un pueblo.


El nació con un chichón en la mejilla del cual no se preocupaba para nada.


Era muy optimista.


En el mismo pueblo vivía otro anciano que también tenía un chichón en la mejilla, pero éste siempre paraba enfadado porque se acomplejaba de su defecto.


Un día el anciano optimista fue a cortar leña al bosque, pasado un momento empezó a llover y decidió descansar un poco. Durmió profundamente pero se despertó al oir un ruido extraño en plena noche.


Se sorprendió mucho al ver a unos demonios celebrando una fiesta muy cerca de ahí.


Estaban armando un gran alboroto cantando, bebiendo y bailando.


El anciano al comienzo tenía mucho miedo por lo que decidió seguir viendo a escondidas, pero no pudo contener sus ganas de bailar pues le parecía muy agradable todo aquello.


Los demonios se sorprendieron al verlo pero continuaron bailando porque su danza era muy interesante.


Pasaron un rato agradable hasta que cantó el primer gallo.


El jefe de los demonios dijo: "Ya tenemos que volver a casa. Me gusta mucho tu danza por eso esta noche también ven. Voy a tomar tu chichón y si vienes esta noche te lo devolveré."


El anciano se quedó sin su chichón, ¡ni rastros de el!. Los demonios pensaban que al anciano le gustaba su chichón y por ello regresaría, pero en realidad éste estaba muy contento sin él.


Cuando el anciano regresó al pueblo contó todo lo sucedido al otro anciano.


Este último lo veía con una mirada de envidia y dijo: "¡Voy a ir esta noche!"


Esa noche empezó nuevamente la fiesta.


Este anciano, por ser una persona sombría, no se encontraba a gusto y no pudo bailar, en realidad detestaba el baile.


Al verlo, poco a poco los demonios empezaban a disgustarse.


El jefe de los demonios le dijo: "¡Te voy a devolver tu chichón y vete inmediatamente!"


De esta manera, este anciano se quedó para siempre con los dos chichones por ser estrecho de espíritu y de corazón.

El dios de la pobreza

Hace mucho, mucho tiempo, en un pequeño pueblo vivía un hombre muy trabajador. Este a pesar de trabajar tanto vivía en la miseria ya que el dios de la pobreza habitaba tambíen la misma casa.


Un día decidió dejar de trabajar, cansado de ver que su situación no mejoraba en nada.


Todo el pueblo al ver que este hombre había perdido las esperanzas en una mejora de su situación decidieron presentarle una mujer que lo acompañe y para la cual continúe luchando por la vida, con quien se casó.


Ella era muy trabajadora.


El hombre que no quería que sólo ella trabaje, empezó nuevamente a trabajar con todos sus ánimos.


El dios de la pobreza al verlos esforzarse tanto dijo: "Cada día se me hace más difícil vivir aquí, ellos esforzándose tanto y mientras yo esté en esta casa no podrán dejar de ser pobres."


Al final de dicho año, el dios de la pobreza se encontraba llorando en el desván de la casa, la pareja al notarlo fueron a ver qué ocurría.


Ellos se sorprendieron y le preguntaron: "¿Quien eres?".


El les contestó: "Soy el dios de la pobreza. Durante mucho tiempo he vivido aquí pero ustedes trabajan tanto que muy pronto tendré que abandonar esta casa ya que vendrá el dios de la fortuna."


Ellos al escucharlo se sintieron muy tristes puesto que él era el dios que cuidaba la casa durante mucho tiempo. Lo invitaron a bajar a la habitación.


El hombre le dijo: "Queremos que se quede aquí con nosotros para siempre porque ésta es su casa", la mujer insistio : "Sí, está bien".


El dios de la pobreza se puso muy contento ya que era la primera vez que alguien lo había tratado con tanto afecto.


En ese momento vino el dios de la fortuna y dijo "¡Todavía estás aquí! ¡Fuera, rápido!


El dios de la pobreza contestó ¡No! ¡Esta casa es nuestra! y se abalanzó sobre el dios de la fortuna, pero no podía competir con él porque era muy delgado y el dios de la fortuna muy gordo.


Al ver eso los esposos le ayudaron y echaron de la casa al dios de la fortuna.


Este no entendía nada de lo que acontecía. Se preguntó a sí mismo: " Yo soy el dios de la fortuna ¿No?"


Al final, nunca pudieron llegar a ser ricos, pero, vivieron felices para siempre.


El dios de la pobreza todavía vive en el desván de la casa.

"Tsuru no Ongaeshi" (otra version de la grulla agradecida)

Hace mucho, mucho tiempo, en algún lugar vivía una pareja de ancianos muy pobre.


Un día el anciano oyó el grito de una grulla que había caído en una trampa.


El anciano se compadeció al verla y decidió soltarla.


Esa noche le contó a su mujer sobre lo ocurrido y ella le dijo: "Hiciste bien. Yo también estoy contenta", y los dos se pusieron alegres.




En ese momento, alguien llamó a la puerta: "toc toc...", el anciano salió y encontró a una chica muy bonita que dijo: "Me desorienté en el camino, ¿Podría quedarme en su casa esta noche?".


Los ancianos que eran muy amables no dudaron en invitarla a dormir.


Esa noche los tres conversaron y ella les contó que no tenía casa a donde ir ni familia con quien estar. Los ancianos le propusieron: "¡Queremos que seas nuestra hija!"


Ella se puso muy contenta. Al rato los tres se fueron a descansar.


Al día siguiente, la chica se levantó muy temprano para preparar el desayuno, pero no había ni arroz ni "miso"(*1).


En ese momento, la chica divisó un telar en una habitación contigua y en unos instantes se empezó a oir el sonido del telar mecánico.


Cuando los ancianos se despertaron, la chica les entregó una pieza de tela bellísima diciéndoles: "vendan esta tela y compren lo necesario para vivir". Ellos se sorprendieron y estuvieron muy contentos.


El anciano recibió mucho dinero a cambio de la pieza de tela, ya que ésta era muy bonita, y compró lo necesario para vivir además de un peine muy bonito para la chica.


Esa noche los tres estaban muy contentos y se quedaron conversando hasta muy tarde. En eso el abuelo dijo: "Ya vamos a dormir", pero la chica contestó: "Yo voy a continuar trabajando un poco más". Los ancianos se sorprendieron y le dijeron: "¡No! hoy ya no trabajes! es mejor que descanses". La chica contestó: "Quiero hacer más piezas de tela para ustedes pero quisiera pedirles un favor, no entren a la habitación cuando esté trabajando.". El anciano preguntó sorprendido: "¿Cómo? ¿No podemos verte trabajar?". La chica contestó: "No, por favor, quiero que me prometan que no lo harán."


Los ancianos no entendían la razón por la cual la chica les pedía eso pero asintieron con la cabeza.


La chica tejía cada noche una pieza de tela que se vendían como "pan caliente", pero cada día se ponía más delgada y no tenía ánimo.


El anciano le decía: "¡Tienes que descansar, no trabajes demasiado!", pero la chica respondía: "Voy a seguir trabajando sólo un poco más" y entraba en la habitación.


Los ancianos no podían dormir pensando en la salud de la chica.


Una noche, el anciano no pudo contenerse y dijo: "Voy a verla", la anciana replicó: "Tenemos que cumplir con nuestra promesa". El anciano, haciendo caso omiso a su mujer, se dirigió a la habitación en donde se encontraba trabajando la chica. Miró a través de la puerta que estaba entreabierta y para su sorpresa divisó a una grulla trabajando en el lugar. La grulla utilizaba su pico para quitarse plumas, las cuales las utilizaba para decorar las hermosas piezas de tela que hacía. Esta advirtió que estaba siendo observada y se disfrazó nuevamente de mujer.


La chica abrió la puerta y se dirigió al anciano: "Yo soy aquella grulla que salvó de la trampa. Por salvarme la vida quise devolverle el favor y para ello se me dió la oportunidad de convertirme en un ser humano por una sóla vez y venir aquí, pero ya no puedo permanecer aquí con ustedes. Deseaba convertirme en su hija para siempre".


La chica volvió a tomar su apariencia original de grulla y levantó vuelo. El anciano al verla volar pensó: "Perdóname. ¡No nos olvides!" y le lanzó el peine que le había regalado a la "chica". La grulla lo cogió y se fue volando.


El Tengu Azul y el Tengu Rojo - Cuento japonés

Hace mucho, mucho tiempo, vivían un Tengu azul y un Tengu rojo en una montaña muy alta.


Los dos eran íntimos amigos.


Les gustaba observar a las personas desde lo alto.


Un día el Tengu rojo preguntó: "¿Cuánto tiempo hace que vivimos aquí?"


El Tengu azul contestó:"Desde hace quinientos años."


El Tengu rojo dijo: "Los hombres han cambiado mucho en todo este tiempo. Pero nosotros no hemos cambiado nada."


El Tengu azul dijo: "Frecuentemente ellos andan riñiendo construyen ciudades y tan pronto empiezan a pelear destruyen todo y otra vez se repite lo mismo."


El Tengu rojo dijo: "¡Entiendo! ¡Tenemos que reñir! Nunca hemos reñido durante quinientos años por eso no hemos cambiado nada."


El Tengu azul dijo: "Somos íntimos amigos, por eso no es necesario."


El Tengu rojo dijo: "¡Sí! ¡Nunca hemos reñido por eso no hemos progresado! ¡De momento dejemos de jugar! ¿Sí?"


El Tengu azul contestó: "Está bien"


Y empesaron a reñir.


Un día el Tengu azul estaba obsevando a unos hombres.


El dijo "Estoy aburrido de estar solo. ¡Oh! ¿Qué es aquello? ¡Son muy bonitos! ¡Voy a alargar la nariz un poco más!"


Su nariz se alargó hasta un castillo porque quería tocar unas prendas muy bellas que veiía en su interior.


En ese momento una criada estaba colgando un hermoso "kimono"(*2) de una princesa. Ella no se percató y lo colgó en su nariz.


El se sorprendió porque su nariz llegó a pesar mucho. Acortó su nariz precipitadamente y conseguió muchas ropas bonitas.


En ese momento vino el Tengu rojo y dijo: "¿Por qué tienes muchas ropas bonitas?"


El Tengu azul contestó: "Alargué la nariz hasta un castillo y pegaron prendas en ella. Te doy la mitad."


El Tengu rojo dijo: "¡No quiero!" y se marchó a otro sitio.


El Tengu rojo estaba muy envidioso. Pensó: "Yo también quiero ropas bonitas. ¡Voy a alargar la nariz hasta un castillo!"


Y su nariz se alargó hasta uno. ¡Pero en éste se entrenaban artes marciales! Ellos al ver su nariz se arrojaron sobre ella con la espada en la mano.


El Tengu rojo se sorprendió porque le dolió mucho. Acortó su nariz precipitadamente.


En ese momento el Tengu azul vino y dijo: "¡¿Qué te pasa?!"


El Tengu rojo le contó llorando lo pasado.


El Tengu azul le dijo: "Está bien. Te doy la mitad de estas ropas bonitas. Por eso ya no llores."


Los dos se reconciliaron y vivieron en armonía para siempre.